A emblanquinar que llega el Corpus
Cuando se aproximaba el Corpus las mujeres gaibielanas se apresuraban a comprar los “turroces” de cal a algún vecino que se había traído una carretada de cal y preparar un perol de agua para ponerla a “amerar” una semana. Con ropa vieja y un pañolón atado en la cabeza, con un pozal lleno de cal y un pincel de esparto y con el rabo largo (una caña generalmente) empezaba de buena mañana a dar brochazos a la fachada de la casa y a las paredes del corral Esta faena no podía descuidarse porque las lluvias y el sol hacían que las paredes fueran, que iban engordando con los sucesivos repintes, se desconchasen y cayese al suelo. El roce, las salpicaduras del barro, los desconchones afeaban las fachadas y llegando el verano urgía darle un lavado de cara a la vivienda. Así que procedía emblanquinar la casa entera una vez al año y, de tanto en tanto, el “arrimadillo” y los “morricos” que eran los bajos de las paredes, las partes más expuestas a la suciedad y desconchones. Las fachadas quedaban re