¡A cenar pronto para poder ir a las flores!


Con la llegada del buen tiempo y tras las lluvias invernales, el campo comienza a cubrirse de un verde intenso y de los colores y aromas de las flores ¡Es el apogeo de la primavera! Con el mes de mayo se produce una explosión de vida en la naturaleza, comienza con vigor un nuevo ciclo cargado de vitalidad. Mayo es la expresión del poder fecundo de la vida.

En la escuela, cada tarde de mayo, los niños y niñas de primera comunión eran los encargados por los maestros de recitar versos marianos, la clase organizada por turnos cada semana llevaba flores silvestres para ponerlas ante la pequeña imagen de la Inmaculada que había en el aula y cantaban aquella cancioncilla del:

Venid y vamos todos
con flores a Porfía,
con flores a María
que madre nuestra es (bis)

De nuevo aquí nos tienes
purísima doncella,
más que la luna bella,
postrados a tus pies.

A ofrecerte venimos,
flores del bajo suelo,
con tanto fervor y anhelo,
Señora, tú los ves.

Venid y vamos todos…


Otro tanto hacían los mayores. Al caer la tarde, en cada casa, se refería aquello de: “¡A cenar pronto para ir a las flores!”. Puntualmente, a las nueve de la noche, el campanario daba el aviso. Los fieles, tras signarse con agua bendita, se concentraban ante el altar del Rosario, que a la sazón era también capilla del Santísimo con su comulgatorio (actualmente el retablo de la Inmaculada). El altar era una hermosura con todos sus candelabros encendidos y los floreros rebosantes de las flores más finas del campo gaibielano. La hornacina de la Virgen del Rosario estaba cubierta por un cortinón, finamente bordado en hilo de oro con el anagrama de María y una rica cenefa de motivos vegetales. Y mientras la feligresía entonaba el canto de salutación mariana, el sacristán elevaba lentamente el cortinón con una manivela dejando expuesta la sagrada imagen de Ntra. Señora al canto de:
“María, emperatriz de los cielos,
¡ya se descubre la madre de todo consuelo!
Dadnos un rayo de luz
para poder empezar…”
Otro tanto se hacía al concluir la celebración del mayo y volver a cubrir la imagen.
Acudía casi todo el pueblo, hombres y mujeres. Con gran solemnidad, a varias voces, se cantaban los misterios del Rosario, las Purezas de María y la Salve.
El coro parroquial tenía un repertorio de cantos marianos amplísimo (la mayoría hoy olvidados o recordados sólo en parte). Baste, para reparar en la riqueza de piezas corales marianas, consignar que cada día del mes se interpretaba una “Pureza” distinta. Recuerdan los mayores del lugar la extraordinaria calidad de algunos/as cantores, la armonía que existía entre las voces y la variedad de registros. Terminado el oficio mariano, de regreso en casa sacaban sus sillas y se sentabaya a la fresca en la puerta.
Desde la edad media se consagró, en España, el més de mayo como mes dedicado a la Virgen María para rendirle culto a sus virtudes y bellezas. Se escogió este mes como una sustitución cristiana de las solemnidades paganas en honor de “Flora” o Maia (madre natura vinculada a la idea de vegetación y florecimiento), a la que mayo estaba consagrado como mes de las flores y mes de la madre.

La primera noticia de la consagración del mes de mayo a la Virgen, procede de Alfonso X, "el Sabio", en el siglo XIII. El rey - juglar que en sus "Cantigas de Santa María" canta los loores de mayo en honor de la Virgen Santísima. En esta obra invitaba a alabar e invocar a María, ante su altar, en el mes de las flores. Y él mismo escribió las Cantigas para "trovar en honor de la Rosa de las Rosas y de la Flor de las flores".

En el siglo XVI se dio gran impulso a esta práctica, con especiales ejercicios de piedad durante todos los días, en los que se iban considerando diversos misterios, títulos y excelencias de la Madre del Señor. La universalización de esta práctica se establece en el siglo XIX, cuando fue favorecida la concesión de indulgencias por los Pontífices Pío VII y Pío VIII. Asía arraigó profundamente en el pueblo cristiano.

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