El caracter simbólico del fuego
Las celebraciones populares en honor de San Antón están preñadas de intención exorcizante, de ahí el protagonismo que cobran tanto la bendición como el fuego.
El descubrimiento del fuego y su posterior conquista está asociado a la evolución física y cultural del hombre. El fuego ha fascinado siempre a la humanidad.
El fuego representó en primer lugar una fuente de luz y calor; pero también un poderoso medio de protección frente a los depredadores de ahí que se le asocie tempranamente con el mundo sobrenatural. Su empleo para asar los alimentos contribuyó a las importantes transformaciones anatómico-fisiológicas que propiciaron el aumento de la capacidad del cerebro y el desarrollo de los órganos fonológicos. Pero el fuego, amén de este carácter utenciliar, adquiere tempranamente un profundo significado simbólico dentro de las culturas.
En el uso cultural juega un papel determinante la ambivalencia del fuego que proviene de su carácter destructor, al tiempo su condición símbolo de transformación y regeneración como fuente de luz calor y protección. Sin embargo, el fuego es el elemento principal de los ritos de purificación en las culturas agrarias.
El fuego ha sido empleado por todas las culturas como ritual. En arcanos ritos paganos, la simbología del fuego era empleada para dar la bienvenida al solsticio de primavera, que purificaba la nueva etapa de los espíritus maléficos. La simbología del fuego y las cenizas está ligada a la idea de purificación y a creencias tales como alejar a los malos espíritus y sus lacras de su presencia (enfermedades, plagas, calamidades...) de la población.
El fuego ritual resulta particularmente idóneo para prevenir o responder a una crisis de algo amenazante. El ser humano, desde sus ancestros, ha recurrido al ritual en los momentos de sobresalto, en aquellas ocasiones en que se enfrenta con una ruptura de la cotidianidad, con la intención de recuperar la normalidad.
Las interpretaciones que se atribuyen a los festivales ígnicos podemos resumirlas en dos:
El descubrimiento del fuego y su posterior conquista está asociado a la evolución física y cultural del hombre. El fuego ha fascinado siempre a la humanidad.
El fuego representó en primer lugar una fuente de luz y calor; pero también un poderoso medio de protección frente a los depredadores de ahí que se le asocie tempranamente con el mundo sobrenatural. Su empleo para asar los alimentos contribuyó a las importantes transformaciones anatómico-fisiológicas que propiciaron el aumento de la capacidad del cerebro y el desarrollo de los órganos fonológicos. Pero el fuego, amén de este carácter utenciliar, adquiere tempranamente un profundo significado simbólico dentro de las culturas.
En el uso cultural juega un papel determinante la ambivalencia del fuego que proviene de su carácter destructor, al tiempo su condición símbolo de transformación y regeneración como fuente de luz calor y protección. Sin embargo, el fuego es el elemento principal de los ritos de purificación en las culturas agrarias.
El fuego ha sido empleado por todas las culturas como ritual. En arcanos ritos paganos, la simbología del fuego era empleada para dar la bienvenida al solsticio de primavera, que purificaba la nueva etapa de los espíritus maléficos. La simbología del fuego y las cenizas está ligada a la idea de purificación y a creencias tales como alejar a los malos espíritus y sus lacras de su presencia (enfermedades, plagas, calamidades...) de la población.
El fuego ritual resulta particularmente idóneo para prevenir o responder a una crisis de algo amenazante. El ser humano, desde sus ancestros, ha recurrido al ritual en los momentos de sobresalto, en aquellas ocasiones en que se enfrenta con una ruptura de la cotidianidad, con la intención de recuperar la normalidad.
Las interpretaciones que se atribuyen a los festivales ígnicos podemos resumirlas en dos:
- como un rito de magia imitativa, que tiene por finalidad asegurar la provisión de luz y calor, que el sol no se apague;
- y con una función purificatoria y apotropaica. El fuego purifica, regenera y protege.
La tradición cristiana festeja con el fuego varias fiestas: la Candelaria, la Pascua y la venida del espíritu sobre la iglesia el día de Pentecostés, en forma de lenguas de fuego que se posan sobre los apóstoles… También el fuego aparece como elemento de purificación y castigo en el infierno cristiano.
Es obvia pues la utilización simbólica del fuego como icono de la energía, fuerza destructora de lo negativo, y como medio purificador empleado por el pueblo en momentos privilegiados del ciclo estacional: San Antón, Fallas, la noche del Bautista… Basta reparar en los meses para percibir el alcance simbólico y ritual propio del ciclo estacional que subyace en la pira.
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