Simbología cristiana de la luz


En las celebraciones populares que inauguran el calendario festivo del año: San Antón y la candelaria, la luz (hogueras y candelillas) juega un papel determinante. No en vano la sutil filosofa María Zambrano había definido el cristianismo como la religión de la luz.

Pero ¿Qué significa la luz? La luz ilumina la naturaleza para que el hombre pueda contemplarla y orientarse. Ilumina los caminos de la vida para que puedan ser recorridos. Es la claridad indispensable para que el hombre puede orientarse. Pero la luz está amenazada por las tinieblas, que cíclicamente la sofocan. Por radiante que amanezca el sol siempre acaba por ponerse y la ocuridad envuelve todas las cosas. Es más, hay una tiniebla que ninguna luz puede iluminar: la del espíritu y el corazón. La luz que el hombre ansía en su ser más íntimo, no la encuentra en este mundo. El hombre anhela el esclarecimiento de la existencia, el sentido de la vida, la respuesta a esas cuestiones que le acucian: "¿Por qué? ¿Para qué?...

En la literatura griega clásica, «la luz» significaba -en sentido figurado- la esfera del bien, mientras las malas acciones tenían como lugar propio las tinieblas. Platón comparaba la idea del bien con la luz del sol. La necesidad de la luz para la vida, «estar en la luz» llegó a significar simplemente «vivir», mientras que estar en las tinieblas representaba el Hades, el reino de la muerte.

En el mundo griego, la luz simbolizaba la vida, el bien y el conocimiento de la verdad. En la cultura semita, tal como refleja el Antiguo Testamento, la luz cobra un sentido sacral, simboliza la trascendencia y la presencia de Dios; la luz de su rostro, su favor. Es símbolo de vida y salvación, de alegría y seguridad; la palabra de Dios es luz porque guía al hombre; el hombre participa de esa luz y puede comunicarla, en particular con sus obras en favor de los demás.

En los Evangelios, siguiendo la línea del AT, la luz es símbolo de la presencia y manifestación divina, especialmente en Jesús, y acompaña a los que pertenecen a la esfera de Dios. En oposición a la tiniebla significa liberación, vida y salvación, seguridad y alegría, verdad y generosidad. La adhesión a Jesús se presenta como la opción por la luz/vida, contra la tiniebla/ muerte.

Los sentidos bíblicos de la luz los resume magistralmente Benedicto XVI así: “Al igual que las demás criaturas, la luz es un signo que revela algo de Dios: es como el reflejo de su gloria, que acompaña sus manifestaciones. Cuando Dios se presenta, «su fulgor es como la luz, salen rayos de sus manos» (Ha 3, 4). La luz -se dice en los Salmos- es el manto con que Dios se envuelve (cf. Sal 104, 2). En el libro de la Sabiduría el simbolismo de la luz se utiliza para describir la esencia misma de Dios: la sabiduría, efusión de la gloria de Dios, es «un reflejo de la luz eterna», superior a toda luz creada (cf. Sb 7, 27. 29 s). En el Nuevo Testamento es Cristo quien constituye la plena manifestación de la luz de Dios. Su resurrección ha derrotado para siempre el poder de las tinieblas del mal. Con Cristo resucitado triunfan la verdad y el amor sobre la mentira y el pecado. En él la luz de Dios ilumina ya definitivamente la vida de los hombres y el camino de la historia. «Yo soy la luz del mundo -afirma en el Evangelio-; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12)”. (Benedicto XVI. Ángelus el domingo 6 de agosto2006).

Así pues, tras cada uno de los ritos litúrgicos en que las velas cobran protagonismo, está presente el simbolismo cristiano de la luz: ¡Cristo es la luz del mundo! Quien recibe el don de la fe se convierte en hijo de la luz y transforma su vida en testimonio y confesión de su fe en Jesucristo. Dios, que ve el corazón del hombre y lo ilumina con su gracia, nos elige, nos llama y nos envía con la misión de ser luz. De ahí que al prencer una candelilla y llevarla a casa sea, a un tiempo, don y encargo: ser testigos de la luz.

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