Carnestolendas: Carnaval en Gaibiel
La progresiva secularización que acusan nuestras sociedades ha favorecido el olvido de nomenclatura que acompasaba los tiempos. Febrero inauguraba la cuarentena de días mas sobrios, graves y austeros del año; que principiaban con el anuncio de las “carnestolendas” (propiamente los tres días previos al miércoles de ceniza). Este singular nombre recordaba a las gentes la observancia de la prescripción cuaresmal de abstenerse de carne como práctica penitencial.
Durante la santa cuaresma la carne debía ser suprimida en el sentido más amplio: culinario y sexual (no era inusual que muchos matrimonios durmiesen en habitaciones separadas durante estos cuarenta días, absteniéndose de todo contacto carnal). Recordemos que “carnal”, para el diccionario, es sinónimo de lascivo, lujurioso, terreno, atento solo a las cosas mundanas. Y que en correcto castellano, se denominaba “carnal” al tiempo del año que no era cuaresma. El Arcipreste de Hita, en el Libro de Buen Amor recoge una magistral representación de la Cuaresma como batalla contra la carne.
Como en todos los pueblos, en Gaibiel, los tres días previos al miércoles de ceniza, se iniciaba la preparación a cuaresmal con la divulgación de las “carnestolendas”, el lema de "las carnes deben ser suprimidas”. En las calles se repetía insistentemente, con tono desenfadado - ¡Que vienen las carnestolendas! En principio era un recordatorio cuaresmal; en ningún caso carnavalesco, pero que arraigó en las gentes pasando a ser un reclamo para aprovechar los días que quedaban antes de entrar en penitencia. Así desde el domingo previo a miércoles de ceniza, hasta la noche del martes se vivían tres días licenciosos de jolgorio general.
Los disfraces eran muy rústicos, cualquier trapo (una colcha, una manta vieja, un mantón…) servía para montar la mascarada. Bastaba con el atuendo asegurase el no ser reconocido. Eran días jocosos, presididos por el buen humor, las chanzas y bromas. El objetivo: reírse y tomar el pelo.
Se disfrazaba la mayoría de las gentes del pueblo y andaban por las calles de incógnito pertrechados con un saquito de harina. Se paraban delante de los viandantes y preguntaban con desparpajo y gracejo –fingiendo la voz- ¡A que no sabes quien soy!, ¿A buenas o a malas? Y le “harinaban” la cara. Esto hacían preferentemente a las mozas y mujeres, si aquella lo aceptaba de buen grado, les untaban sólo la barbilla con harina. Pero si rechazaba la chanza y echaba a correr, entonces al darle alcance las mascaras, le “empapuzaban”, es decir, le restregaban harina por toda la cara.
Los disfrazados trajinaban por la tarde y la noche. Al volver de las faenas del campo y al salir los chicos de la escuela, se echaban las mascaras a la calle y andaban haciendo de las suyas hasta que el campanario señalaba el primer toque para el Triduo de desagravio con exposición del Santísimo en Iglesia. A las mozas y mujeres que salían con su velo camino del templo se les respetaba, fuera por consideración o por temor a la denuncia pero se les respetaba. Después de la cena comenzaba nuevamente la danza de mascaras, a oscuras -pues no había luz en las calles- lo que garantizaba mayor impunidad.
Las cuadrillas de mozos, en su empeño porque no quedase ninguna moza sin su correspondiente ración de harina, andaban hasta por los tejados y se colaban en las casas por balcones y porchadas; en alguna ocasión hasta lo intentaron por la chimenea pero cuentan que alguno salió con el culo chamuscado. Los viejos del lugar cuentan que año hubo que no se libró de la harinada ni la pareja de la benemérita y que a las maestras les entraron por el balcón que daba al huerto.
Esta práctica comenzó a perderse en la década de los 50 y en la actualidad sólo resta el feliz recuerdo de los mayores.
No es de extrañar, que todas las etimologías populares del Carnaval sean de origen cristiano, si bien el Carnaval es la antítesis de cuanto representa la practica Cuaresmal. Los diversos nombres cristianos del Carnaval, revelan que se concibió como una campaña festiva de promoción de la Cuaresma: del ayuno, la abstinencia y la penitencia a que ésta obliga. Paradojas de una religión aglutinadora. Así en origen los Carnavales surgen al servicio de la Cuaresma, como propaganda, de paso que se supeditaban a ella. Precisamente el nombre de Carnes tolendas, carnes que hay que quitar, induce a pensar que se trataba de una semana de campaña para convencer de la necesidad de practicar la Cuaresma.
El proceso de implantación de la Cuaresma en la cristiandad fue prolongado y complejo. Hasta el siglo IX la Cuaresma no es una práctica generalizada.
Los Carnavales paganos se venían celebrando mucho antes que la Cuaresma cristiana. El sentir popular los ubica en el calendario como un tiempo de desquite antes de adentrarse en la penitencia
Durante la santa cuaresma la carne debía ser suprimida en el sentido más amplio: culinario y sexual (no era inusual que muchos matrimonios durmiesen en habitaciones separadas durante estos cuarenta días, absteniéndose de todo contacto carnal). Recordemos que “carnal”, para el diccionario, es sinónimo de lascivo, lujurioso, terreno, atento solo a las cosas mundanas. Y que en correcto castellano, se denominaba “carnal” al tiempo del año que no era cuaresma. El Arcipreste de Hita, en el Libro de Buen Amor recoge una magistral representación de la Cuaresma como batalla contra la carne.
Como en todos los pueblos, en Gaibiel, los tres días previos al miércoles de ceniza, se iniciaba la preparación a cuaresmal con la divulgación de las “carnestolendas”, el lema de "las carnes deben ser suprimidas”. En las calles se repetía insistentemente, con tono desenfadado - ¡Que vienen las carnestolendas! En principio era un recordatorio cuaresmal; en ningún caso carnavalesco, pero que arraigó en las gentes pasando a ser un reclamo para aprovechar los días que quedaban antes de entrar en penitencia. Así desde el domingo previo a miércoles de ceniza, hasta la noche del martes se vivían tres días licenciosos de jolgorio general.
Los disfraces eran muy rústicos, cualquier trapo (una colcha, una manta vieja, un mantón…) servía para montar la mascarada. Bastaba con el atuendo asegurase el no ser reconocido. Eran días jocosos, presididos por el buen humor, las chanzas y bromas. El objetivo: reírse y tomar el pelo.
Se disfrazaba la mayoría de las gentes del pueblo y andaban por las calles de incógnito pertrechados con un saquito de harina. Se paraban delante de los viandantes y preguntaban con desparpajo y gracejo –fingiendo la voz- ¡A que no sabes quien soy!, ¿A buenas o a malas? Y le “harinaban” la cara. Esto hacían preferentemente a las mozas y mujeres, si aquella lo aceptaba de buen grado, les untaban sólo la barbilla con harina. Pero si rechazaba la chanza y echaba a correr, entonces al darle alcance las mascaras, le “empapuzaban”, es decir, le restregaban harina por toda la cara.
Los disfrazados trajinaban por la tarde y la noche. Al volver de las faenas del campo y al salir los chicos de la escuela, se echaban las mascaras a la calle y andaban haciendo de las suyas hasta que el campanario señalaba el primer toque para el Triduo de desagravio con exposición del Santísimo en Iglesia. A las mozas y mujeres que salían con su velo camino del templo se les respetaba, fuera por consideración o por temor a la denuncia pero se les respetaba. Después de la cena comenzaba nuevamente la danza de mascaras, a oscuras -pues no había luz en las calles- lo que garantizaba mayor impunidad.
Las cuadrillas de mozos, en su empeño porque no quedase ninguna moza sin su correspondiente ración de harina, andaban hasta por los tejados y se colaban en las casas por balcones y porchadas; en alguna ocasión hasta lo intentaron por la chimenea pero cuentan que alguno salió con el culo chamuscado. Los viejos del lugar cuentan que año hubo que no se libró de la harinada ni la pareja de la benemérita y que a las maestras les entraron por el balcón que daba al huerto.
Esta práctica comenzó a perderse en la década de los 50 y en la actualidad sólo resta el feliz recuerdo de los mayores.
No es de extrañar, que todas las etimologías populares del Carnaval sean de origen cristiano, si bien el Carnaval es la antítesis de cuanto representa la practica Cuaresmal. Los diversos nombres cristianos del Carnaval, revelan que se concibió como una campaña festiva de promoción de la Cuaresma: del ayuno, la abstinencia y la penitencia a que ésta obliga. Paradojas de una religión aglutinadora. Así en origen los Carnavales surgen al servicio de la Cuaresma, como propaganda, de paso que se supeditaban a ella. Precisamente el nombre de Carnes tolendas, carnes que hay que quitar, induce a pensar que se trataba de una semana de campaña para convencer de la necesidad de practicar la Cuaresma.
El proceso de implantación de la Cuaresma en la cristiandad fue prolongado y complejo. Hasta el siglo IX la Cuaresma no es una práctica generalizada.
Los Carnavales paganos se venían celebrando mucho antes que la Cuaresma cristiana. El sentir popular los ubica en el calendario como un tiempo de desquite antes de adentrarse en la penitencia
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