INTERPRETACIÓN DE LA SALPACIA II


LOS AGENTES.

El Sacerdote. Es instrumento de bendición y gracia. En el Salpacia representa lo sagrado, en su ministerio es un mediador, “pontifice”, entre lo humano y lo divino; como tal se le reconoce y respeta. Por ello se le reverencia, se le manifiesta respeto; y el donativo que se le entrega se hace no sólo como gesto de gratitud y cortesía sino lo que es más como ofrenda.


Las mujeres. La mujer es continente de vida. El cuidado del hogar y cuanto refiere a su atención es tarea exclusivamente femenina. Las virtudes femeninas eran la obediencia, la discreción, la delicadeza, la decencia, el orden… Eran educadas para que se convirtieran en amas de casa y madres fuertes, discretas, obedientes. La mujer garantiza la transmisión de la religión y de las tradiciones en el interior del hogar. Es su responsabilidad asegurarse de alejar los malos espíritus de su casa y de traer la bendición divina a su interior.

Los niños representan la fuerza en potencia, en desarrollo… Simbolizan la inocencia, libre de pecado y cualquier tipo de maldad, la limpieza espiritual, la alegría, la frescura, etc.

Su afán de juego desarrolla, en paralelo al sacramental ritualizado y grave, una actividad lúdico-recreativa. En pleno periodo de vacaciones escolares de semana santa, huyen del tedio de la ociosidad acompañando la comitiva sacra con sus risas, cantos y mazas. El niño no percibe bien la lógica del rito adulto pero lo entiende como una ocasión extraordinaria de hacer fiesta, de ahí la marcha alegre, los cantos jubilosos y bullangueros y el estrepitoso golpeteo de las mazadas.

En conclusión, los agentes que intervienen en el ritual desempeñan un papel de extraordinaria significación en función de: - su estatus, el sacerdote, como mediador; - de su género, -la mujer- como fuente de vida y custodia del hogar; - de su edad, -los niños-, como seres rebosantes de vida e inocentes como armas capaces de vencer las resistencias del mal.

EL SENTIDO DEL RITO.

PARA LA IGLESIA. El sentido del sacramental que da origen a la Salpassa es la bendición anual de las casas. Las bendiciones, precisamente, son una clase de sacramentales muy importante, porque ellas alcanzan todos los aspectos de la vida.

La Iglesia al multiplicar bendiciones, quiere restablecer, rescatar la armonía original de la creación: "Vio Dios todo lo que había hecho y he aquí que todo era muy bueno".

Así mismo busca que la bendición de Cristo se extienda a todo el universo. Tal es el sentido de la bendición de un objeto: que, una vez purificado, sirva al bien material y espiritual del hombre. La finalidad última de toda bendición es alabar a Dios y santificar al hombre. El efecto temporal y espiritual que se sigue de la bendición depende, de ordinario, de la fe y las disposiciones espirituales del propio sujeto que solicita la bendición.

El gesto que da su sentido pleno a la bendición es la señal de la cruz. El único que bendice es Dios, y su bendición es siempre eficaz, y por eso se le suplica:"Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga; bendiga a la casa de Israel, bendiga a la casa de Aarón, bendiga a los fieles del Señor!" (Salm 113)

La bendición es ascendente: bendecir a Dios, en el sentido de alabar, glorificar, enzalzar... También es descendente de parte de Dios. Se emplea la señal de la cruz, porque toda bendición es participación de la salvación pascual de Cristo: la Cruz expresa al amor de Dios.

PARA LA RELIGIOSIDAD POPULAR. Conviene precisar que para la religiosidad popular cuando un pecado se ha cometido en algún lugar, se convierte éste en un espacio maléfico, nido predilecto del demonio. La bendición original del lugar se pierde cuando se ha cometido ahí un pecado. Si los hogares ya no son lugares de paz y felicidad, se debe a que el mal ha invadido estos lugares una vez benditos. Por ello se imponía la necesidad, al menos una vez al año, de bendecir y exorcizar así los hogares. Y quedarse con agua bendecida para rociar todas las dependencias de la casa. Con ella al marcharse el cura rociaban todas las habitaciones, dormitorios, graneros, cuadras y corrales, para bendecir y exorcizar toda la casa y proteger a los habitantes de ella, personas y animales domésticos.

Sin negar el valor espiritual del rito de la Salpacia y reconociendo que muchas gentes lo vivieron con su autentico valor sagrado. Hay que reseñar que para el sentir popular los días de Semana Santa están inmersos de propiedades mágicas. Y que por tanto existía en el imaginario colectivo un notable riesgo de práctica mas supersticiosa que religiosa; y un sentido más mágico que sagrado.

PARA LOS NIÑOS La Salpasa era un pretexto para hacer fiesta. Sobre todo después de la gravedad de esos prolongados días de la cuaresma, cargados de rigor y austeridad, de vetos y prohibiciones, de silencio grave.

La permanente predisposición al juego que caracteriza a la infancia suele reproducir en sus actividades lúdicas aquello que ve realizar a los mayores. Es por ello que, fácilmente, el origen de la tradición de las mazas (y el ruido ensordecedor que con ellas hacen) tenga su origen en una emulación. Imitaban en la calle lo que veían hacer en el templo a los mayores al concluir el Oficio de tinieblas del Miércoles Santo. Al concluir cada salmo se iban apagando poco a poco, de una en una, todas las velas del tenebrario hasta quedar el recinto sagrado completamente a oscuras. En ese momento todos los que asistían a la ceremonia golpeaban repetidamente con el libro del oficio en el banco; simulando así el ensordecedor ruido que recordaba el terremoto que, según San Mateo (Mateo 27,51), se desencadenó al morir Jesús y la singular batalla que se libraba entre Cielo e infierno, vida y muerte, Cristo y Demonio… durante los acontecimientos que el triduo sacro celebraba. Los niños viendo hacer esto a los mayores, imitan en el sacramental de bendición y exorcismo de las casas, el rugido de la fiera pugna entre bien (bendición) y el mal (exorcismo) que se realiza por las calles de cada pueblo.

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