SEMANA SANTA DE ANTAÑO EN GAIBIEL.


Las primeras comunidades cristianas celebraban sólo la Resurrección del Señor, pero de manera espontánea surgió la costumbre de hacer memoria de los acontecimientos que conducen a la pascua. Así se conformó el "Triduo Sacro" con las celebraciones de Jueves, Viernes y Sábado Santo.

En origen, estos días solamente se distinguieron por el ayuno, pero desde el siglo IV se introducen oficios litúrgicos especiales.

El pórtico de la semana santa eran las confesiones para prepararse a celebrar dignamente el recuerdo de los santos misterios de nuestra redención. El viernes de dolores (el inmediatamente anterior a Ramos) en Gaibiel, era el día de las confesiones de las mujeres que acudían en masa a la Misa de 9 de la mañana y desfilaban por ambas celosías del confesionario susurrando sus faltas.

Por la tarde las niñas, al salir de la escuela, acudían al templo con la maestra y recitaban versos:
Virgen, madre de dolor,
mira al pueblo de Gaibiel
Implorando tu clemencia,
Hoy postrado esta a tus pies.

Pues que tu dolor Señora
es consuelo a mi aflicción
oye al pueblo que te implora
y atiende nuestra oración.”


Y por la noche, tras la cena, se concitaban en el templo hombres y mujeres para celebrar el último día del septenario de los Dolores, que era cantado a capella; le seguía el ejercicio de las Yagas y se concluía con la Salve cantada en latín.

Domingo de Ramos era el día de confesión de los hombres. Desde las 8 de la mañana ya hacían cola en el confesionario para después comulgar todos en Misa primera. Conforme avanzaba la mañana, los niños iban reuniéndose en la plaza con los ramos de olivera que les habían preparado sus padres (tan grandotes eran que hacían más bulto que ellos) y, desde el primer toque de Misa mayor, comenzaba su deambular en masa, recorriendo todas las calles del pueblo, cantando a coro latinajos ininteligibles: “misere nobis… ora por nobis”…Y al tiempo que esto canturreaban iban dando golpes con los ramos en el suelo. Se trataba de una forma jocosa de recordar a los vecinos mas perezosos el inicio de los actos de semana santa. Para el tercer toque de Misa ya estaban todos en la plaza dispuestos para la bendición y procesión de los ramos (que tenía el mismo recorrido que la del encuentro). Las chicas llevaban pequeñas ramas de frutal florecidas: almendro, peral, cerezo… Al entrar en el templo los niños dejaban sus ramos en la puerta de la sacristía vieja (ante el altar de la Purísima actual). Entre tanto bullicio era inevitable que se distrajeran en la celebración con sus infantiles travesuras.

Era día de estrenar, todos acudían muy arregladitos. Decían que era día de estreno: “Domingo de ramos, el que no estrena se queda sin manos”. Acudía al oficio liturgico casi todo el pueblo.

Como en otros pueblos, lunes y martes santo, no se significan por tener celebraciones especiales más allá de la Misa diaria. Únicamente en las casas piadosas al anochecer se rezaba el Rosario y Vía crucis, concluyéndose con versillos populares, que hacían resumen de la historia de la pasión de Jesús que se recordaba en aquellos días.

Estos días previos al triduo sacro los aprovechaban las mujeres para acudir al horno, con la masa hecha en casa, y hornear: margaritas, rollos careados, panquemaos, y mantecaos… para endulzar las fiestas.

En el miércoles santo se celebraba la “salpacia” o bendición de las casas, a la que dedicaremos mención especial. Y por la noche se hacía el Oficio de Tinieblas del que los mayores ya guardan muy vago recuerdo. Se colocaba, al píe de las gradas del altar mayor, un candelero triangular, denominado "tenebrario", con trece velas que se iban apagando sucesivamente al concluir cada salmo (representando así como los Apóstoles iban abandonando al Señor), hasta quedar solamente una vela encendida, que representaba a Jesús. Eran poquísimos los feligreses que asistían a éste oficio completo, ya que era muy largo, cansado e ininteligible por oficiarse en latín. Lo más divertido era el final, porque cuando se apagaba la última vela, se invitaba a ahcer un ruido fenomenal con carracas, matracas y con golpes de nudillos en los bancos que pretendían recordar el terremoto que acompañó a la Muerte de Jesús; al tiempo que se abría la cortina que ocultaba el altar mayor y el tabernáculo (oculto durante toda la cuaresma) para simbolizar así la rasgadura del templo descrita por el evangelio.

El Jueves Santo era uno "de los tres jueves que, junto con la fritada, en Gaibiel brillaban más que el sol". Se consideraba ese día como festivo a todos los efectos. Se celebraba la Misa de la Cena del Señor al atardecer, pero no sucedía así en los últimos siglos ya que este oficio se hacía por la mañana.

Era costumbre popular ubicar en alto el "Monumento" en la actual capilla del Carmen. Donde se ponía un dosel y lujosos cortinajes, ornamentados con ángeles músicos escoltando el Tabernáculo, al que se accedía por una escalinata alfombrada y repleta de flor. Iluminaban al Santísimo infinidad de velas y "hachones" colocados de forma ordenada. Muy antiguamente, muchas mujeres utilizaban la cera bendecida el día de las Candelas y se cuidaban de que no se consumiera por completo, ya que había que reservarse para ser llevada a las casas y encenderse en los días de tormenta. Se establecían turnos de vela para que el Monumento estuviese acompañado toda la noche. Los adoradores lo hacían hasta las seis de la mañana y, desde esa hora hasta el oficio de la pasión y muerte de viernes Sant, lo hacían las mujeres apuntadas .
Los versos populares recogen el sentido del primer Jueves Santo proclamando:

Jueves por la noche fue

Cuando Cristo enamorado

Con todo el pecho abrasado

Quiso darnos a comer

Su Cuerpo Sacramentado.
Esa noche salía en procesión la imagen del Sto. Cristo de la Sed acampañado de todo el pueblo con gran devoción, respeto y silencio.

Si bien el ayuno y la abstinencia para este día nunca estuvo mandado, los campesinos en su costumbre de "guardar la Vigilia", lo hicieron norma invulnerable y se abstenían de probar bocado desde esa noche hasta la mañana de gloria.

En viernes Santo, comenzaba con la procesión al calvario acompañando la imagen del Nazareno y la de la Virgen de los dolores para hacer las cruces. Al volver al templo, se colocaba la imagen del Cristo yacente en el monumento que, ahora en penumbra, pasaba a representar el lugar de la sepultura. Acudían todos a desfilar ante la imagen haciendo el “besa pié”.

Al atardecer, enmudecidas las campanas como duelo por la Muerte de Cristo, la matraca del campanario (y muy antiguamente la chiquillería con el ruido de sus carracas) se encargaba de convocar a todos nuevamente para participar en el oficio de la muerte del Señor, que este día se concluía con el Rosario de la Buena Muerte. Esta devoción tenía un arraigo profundo en el pueblo, que coreaba unánimemente a cada una de las peticiones "Danos, Señor, buena muerte por tu santísima muerte".

A las nueve se hacía la procesión del Santo entierro con el sepulcro y la imagen de la soledad de manto negro y portando un pañuelo, la corona y los clavos.


El sábado de gloria era necesario madrugar porque "los oficios eran largos" y por ello poco concurridos. Con la Misa y el volteo general de las campanas al Gloria, se daba por terminado el ciclo religioso de la Cuaresma y de la Semana Santa. Sobre las diez acudían todas las mujeres con botellas para proveerse del "agua bendita", con la que rociaban las dependencias de la casa y los establos en demanda de protección divina. De este agua se reservaban una porción para los casos de enfermedad o fallecimiento de algún miembro de la familia.

El domingo era la celebración de la mañanica de Pascua, se iniciaba con la silenciosa procesión del encuentro. Salía primero en andas la imagen de la Virgen de la Soledad, con un manto blanco y sin nada en las manos, se encontraba en la calle de los Dolores con el Santísimo portado por el párroco en la custodia. Realizados los tres acatamientos de rigor, continuaba recorrido por la calle Rosario hasta volver al templo y dar comienzo la Misa que ponía fin a la semana mayor del año. Daba así inicio la festiva celebración de la Pascua con el almuerzo que rezaba el dicho gaibielano:
“Domingo de Lázaro
maté un pájaro,
Domingo de Ramos lo pelé,
Y la mañanita de pascua, me lo almorcé”

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