Fiesta de los Quintos


En Gaibiel, como en el resto de las poblaciones rurales de España, se celebraba anualmente una peculiar fiesta: la de los Quintos. Los quintos eran los mozos de la misma edad que se incorporaban ese año a filas. Venía celebrándose desde la implantación del servicio militar obligatorio en la Regencia que sucedió a la muerte del rey Fernando VII y que recibió el nombre popular de "Mili". Pervivió mientras hubo mocedad en el pueblo y fue desapareciendo por efecto de la emigración.

Cumplidos los 20 años los mozos eran "tallados". La talla y el reconocimiento tenía lugar en el Ayuntamiento, que ese día se llenaba de los mozos del año llamado a filas y de algún que otro padre que lo acompañaba. El instrumento empleado para la medición de la estatura era un tallímetro fijo, consistente en un listón de madera que tenía marcados los centímetros; sobre él ponía la espalda el mozo y se deslizaba el “tope móvil”,dejandolo descansar sobre la cabeza, determinando la estatura exacta del quinto. De la talla se encargaba un empleado del municipio, que una vez tallado, tomados los datos por escrito y comprobada su aspecto saludable, el secretario decía en voz alta: “soldado útil para servicio”. El alcalde preguntaba al quinto si tenía algo que alegar (como que era hijo de viuda pobre, o de padres ancianos, que ya tenía un hermano en la mili; o que padecía alguna deficiencia física: ser corto de vista o tener los pies planos. Etc). De esta forma algunos de ellos podían librarse de hacer la mili.Si presentaba alguna alegación se declaraba “soldado útil pendiente de fallo” quedando a expensas de que la Caja de Reclutas finalizara la revisión del expediente.

Ser hijo de viuda y la pobreza eran uno de los motivos que evitaba a los mozos tener que incorporarse al servicio militar, ya que las tareas agrícolas requerían del brío de la juventud y una mujer viuda no podía prescindir de sus hijos para poder subsistir. Por identica razón, también gozaban de exención los hijos de padre sexagenario. También existía la posibilidad de librarse del servicio militar pagando unos 2.000 reales, aproximadamente, a otro mozo, para que le reemplazasen en el cumplimiento de ese deber. La figura de este soldado recibía el nombre de “soldado de cuota”. De modo que los hijos de familias pudientes se libraban de la mili mediante el pago de una cantidad de dinero, mientras que los hijos de los pobres se veían obligados a "servir a la Patria" por no disponer de recursos económicos. Esta circunstancia provocaba problemas de aceptación social del sistema. Como sobraban mozos y faltaban alimentos, no era difícil encontrar mozos suplentes pobres que sustituyeran a los ricos. De poder pagar para librase de la mili no se guarda memoria en Gaibiel; sin embargo, de haber suplido a otro para ganar unos reales si que se sabe de alguno.

El sorteo que tenía lugar al año siguiente. Muy antiguamente se celebraba en la localidad de nacimiento asignando un número a cada individuo. Los números más bajos correspondían a los destinos coloniales de ultramar como Cuba, Filipinas, Guinea, Marruecos, etc. Como existían también cupos los números altos podían librarse del servicio. La permuta de destinos estaba permitida y se realizaba mediante estipendios convenidos entre ambos reclutas. Después pasó a celebrarse el sorteo en la Caja de Reclutas de la capital. Allí se iba para saber qué letras habían salido para los diversos destinos. La suerte se echaba entre África y la Península, siendo el destino de África de los más temidos, llenando de disgusto a las madres y novias.

Para generaciones pretéritas, el tiempo del servicio militar era la única ocasión que se salía del pueblo y se veía mundo. Por otro lado, se consideraba un tiempo de adiestramiento en el que el varón se curtía en la disciplina y la adversidad: “a la mili iba uno a hacerse un hombre”. Por otro lado la prolongada duración del servicio (que fue progresivamente reduciéndose durante el s. XX de los cinco años a tres y de estos a 15 meses) hacía necesario celebrar convenientemente la despedida. Por ello cada año, relata algún vecino que en Marzo, aproximadamente una semana antes de marchar, se juntaba la quinta y organizaba una sonada fiesta. En la celebración abundaba el vino, mataban uno o dos borregos y cada uno se llevaba de casa lo que le diesen para hacer sus comilonas festivas. En ellas que se daban al cante y el baile, echando por las calles jocosas coplillas que, en su mayoría, se componían especialmente para la ocasión. Y cuyas letras, entre bromas y veras, musicalizaban sus preocupaciones: el deseo la fidelidad de la novia que quedaba en el pueblo, el anhelo de que la futura suegra vigilase a la moza, la tristeza de las madres y las novias por la separación de estos jóvenes.... Bien entrada la noche, mientras los vecinos dormían, sigilosamente realizaban alguna que otra broma pesada. Por ejemplo, realizar alguna pintada o ir recogiendo todos los "aladros" de las puertas de las casas y colgarlos del los árboles de la plaza, otro tanto hacían con todas las macetas que había en las calles o con las persianas o cortinas de ventanas y balcones. Todo ello amanecía en la plaza alrededor de la fuente o colgadas en la verja. De modo, que al día siguiente cada vecino había de acudir allí a recoger sus cosas. "¡Paciencia amigo. Este año por mi hijo, el año próximo por el tuyo!". Cuando la gente pasaba por la plaza, camino del horno o a recoger agua, los mozos les hacían pagar alguna "gorda" con la que seguir su juerga y si se resistían los mojaban.

Pese a hacerse los gallitos y disimularlo como podían, a los quintos les embargaba un sentimiento entremezclado de congoja y temor por dejar su familia en el pueblo y enfrentarse a un ambiente hostil y desconocido. El día de la despedida de los quintos se humedecía por las lágrimas maternas y de las novias y se colmaba de abrazos de emoción contenida entre padres e hijos. Pese a todo, el quinto marchaba orgulloso, porque la mili le daba la oportunidad de vivir experiencias nuevas, de conocer mundo, pero sobre todo era sabedor de que al regresar sería reconocido y respetado como adulto y traería consigo mil historias que contar.

ya se va mi corazón,
ya se va el que tiraba
chinitas a mi balcón.

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