¡Que hoy hay novios!

El curso del año en gaibiel, estaba jalonado de celebraciones familiares entre las que destacaban, sobremanera, las bodas. Antes para contraer matrimonio era buena cualquier época del año. No eran tan remiraos como ahora...

Todo comenzaba cuando el mozo manifestaba sus sentimientos a la moza y, para formalizar la relación, acudía a casa del padre a pedir la mano (lo que -en el decir popular gaibielano- se expresaba así: “fulano ya ha entrao en casa de cetana”). No eran los padres de antes amigos de festeos prolongados, a poder ser ¡un par de años y a pasar por la vicaría! Y ese par de años eran de vigilancia estrecha y carabina permanente. O se iba con la pandilla de amigos o se velaba en la chimenea de la casa paterna... pero siempre acompañados. Una vez que la moza era pedida en matrimonio, empezaba a ultimar el "Ajuar de Novia" (que en Gaibiel comenzaban las niñas apenas iban a escuela). En aquellos tiempos lo confeccionaban ellas mismas con ayuda de su madre, abuela, tías y las amigas... todas ellas diestras en el arte de la aguja y el hilo, de modo que brotaban entre sus dedos bordados que incorporaban al vestuario, la ropa blanca, de cama o de mesa.

Una semana antes del desposorio las mujeres iban recogiendo todos los utensilios necesarios para celebrar el convite: vasos, jarros, platos, fuentes y otras clases de vajilla..., de entre la vecindad del novio y de la novia, de las casas de familiares y allegados, ya que la familia no tenía suficientes para dar las comidas. Lo propio hacen recogiendo sillas y bancos, para colocarlos en las habitaciones de la planta baja que previamente han dejado libres de muebles, o en los patios y pasillos de entrada. Para la celebración del convite se desmontaba prácticamente toda la casa. Todas las habitaciones se disponían para acoger a los invitados en improvisadas mesas montadas con tableros, y bancos corridos montados con tablones y un par de sillas. Cada cual señalaba lo suyo para poder recuperarlo despues y evitar confusiones. Por señal solían usarse unas gotas de cera en la base, unas anillas de alambre o hilo de color, etc.

Días antes, en el horno, se cocían los abundantes panquemaos, los rollos careaos y margaritas para la chocolatada.

La víspera de la boda, por la mañana iban los novios al ayuntamiento, para hacer expediente de solicitud de casamiento en la oficina del Registro Civil. Y durante los tres domingos previos, en la Iglesia, se habían realizado las proclamas. La boda se realiza en la Misa de las 9 del sábado y van a la ceremonia todos los de casa, menos las madres que habían de quedarse quedarse cocinando.

La comitiva sale de casa de la novia. Allí llegaba el novio junto con la madrina y acompañado de sus familiares. Recogían a la novia que salía con el padrino (que nunca eran los padres). Delante de ellos iba el bizcocho con el que se obsequiaba al cura -que corría a cuenta de la madrina de boda y que entraba directo a la sacristía-. Le sigue le novio y tras el la novia, por último todos los familiares e invitados. El vecindario se asomaba a las puertas y balcones al grito de: -"Hoy hay novios" y esperaban a verlos pasar. Entre el séquito llevaban algunos amigos o familiares que hacían sonar uno una botella de anís rascando con una cuchara y el otro golpeando una caña abierta por la mitad para hacer de aviso del paso de la festiva comitiva.

Las novias se casaban de negro, siguiendo una rancia tradición española que comenzó a cambiarse desde que la princesa Victoria Eugenia -al casarse con D. Alfonso XIII- introdujera la moda anglosajona del traje blanco y la burguesía empezase a imitar a la realeza. Y díganme ¿qué hija no es para su padre una princesa?

El traje se los cosían ellas mismas o sus madres, rara vez alguien ajeno a la casa. Solía ser un vestido de raso o de seda negro, con el velo de tul negro o blanco, y unos adornos de flores de azahar en la cabeza, junto con un ramo de flores silvestres muy largo.

La Misa de las velaciones comenzaba con la recepción, por parte del cura, de los novios en el atrio del templo, les asperjía y bendice los anillos y las arras, que los novios se intercambiaban allí mismo. Despues entran el templo para la celebración de la Misa, tras la comunión, el ritual establecía que el sacerdote cubriese la cabeza de la novia con un velo humeral y los hombros del varón, uniéndolos con un cordón, al tiempo que pronunciaba la fórmula: “recibid el yugo del Señor…”. Tras impartir la bendición general de la Misa, les daba una bendición especial a los esposos que comenzaba con las palabras: “Deus Abaham…”

Concluido el rito liturgico regresaban a la casa y la gente vitoreaba por la calle a los recién casados. Los vecinos se apiñaban bajo el balcón y comenzaba la lluvia de caramelos (no tan generosos como en la actualidad) que eran echados por turno riguroso: primero tiraban los novios, después los padrinos y por último los padres. Era un modo de hacer partícipe a todo el vecindario del gozo y la fiesta, sin distinguir entre quienes estaban invitados o no al convite.

Concluida la tradición del “arruje de caramelos”, daba comienzo la suculenta chocolatada. Había quien repetía y comía hasta que le salía por las orejas… porque aprovechaban para desquitarse del hambre que arrastraban. Terminada ésta colación los novios se daban una vuelta por el pueblo e iban recibiendo los parabienes del vecindario, acompañados de las guitarras, que llenaban de aire festivo las calles con sus arpegios y coplas. Mientras, en la casa, un amplio grupo de mujeres se organizaban para recoger las mesas y poner los platos, mientras otras guisaban las paellas y otras adelantaban fregada.

Aproximadamente sobre las tres se sentaban a la mesa y se sacaban las paellas del fuego. Daba así comienzo la comida que se prolongaba hasta bien entrada la tarde. Eran comidas abundantes muy animadas, regadas de mucho vino. Se cantaba, se bailaba, se conversaba, se reía… en definitiva, se hacía fiesta. Luego había baile hasta el anochecer y después a dormir la mona.

Como no salían de viaje de novios y la luna de miel se quedaban en el pueblo (lo del viaje se fue introduciendo después de guerra, eran muy pocos los que lo hacían y lo más lejos que llegaban era a Valencia o Zaragoza), el domingo los novios iban a Misa mayor con los acompañantes y después comían toda la familia juntos. "Fueron felices y comieron perdices"...

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