Bendición de los campos y viñas

El tres de mayo, fiesta liturgica de la Invención de la Santa Cruz, era conmemorada desde antiguo. En España aparece en los calendarios y fuentes litúrgicas mozárabes, en relación con el relato del hallazgo por Santa Elena de la auténtica Cruz de Cristo. Este relato figura en los pasionarios del siglo X. En el sexto año de su reinado, el emperador Constantino se enfrenta contra los bárbaros a orillas del Danubio. Se considera imposible la victoria a causa de la magnitud del ejército enemigo. Una noche Constantino tiene una visión: en el cielo se apareció brillante la Cruz de Cristo y encima de ella unas palabras, In hoc signo vincis ("Con esta señal vencerás"). El emperador tras la victoria, averiguado el significado de la Cruz, se bautizó y mandó edificar iglesias. Enseguida envió a su madre, santa Elena, a Jerusalén en busca de la verdadera Cruz de Cristo. Una vez en la ciudad sagrada, Elena mandó llamar a los más sabios sacerdotes y con torturas consiguió la confesión del lugar donde se encontraba la Cruz a Judas (luego San Judas, obispo de Jerusalén). En el monte donde la tradición situaba la muerte de Cristo, encontraron tres cruces ocultas. Para descubrir cuál de ellas era la verdadera las colocaron una a una sobre un joven muerto, el cual resucitó al serle impuesta la tercera, la de Cristo. Santa Elena murió rogando a todos los que creen en Cristo que celebraran la conmemoración del día en que fue encontrada la Cruz, el tres de mayo.

En Gaibiel, cada año ese día, tres de mayo se realizaba la tradicional “Bendición de campos y viñas”. Los campos estaban sembrados de centeno, cebada, trigo y algarrobas, la paja obtenida se utilizaba a lo largo del año para el ganado, y el trigo bien molido para hacer el pan de cada casa. La Iglesia recurre a los sacramentales para obtener del Cielo favores temporales, por ejemplo, en la bendición de los campos, se le pide a Dios que derramee sus bendiciones sobre las cosechas para que la tierra fértil supla las necesidades y carencias de los desposeídos.

Con este anhelo, tras la celebración de la Misa de 9 de la mañana, gran concurrencia de gaibielanos salían del templo en rogativa de bendición de campos y viñas, camino de la ermita de San Blas. Iban precedidos de la cruz parroquial y los ciriales. Cerraba la procesión el cura, revestido de sobrepelliz, estola del color del tiempo liturgico y capa pluvial, acompañado del sacristán que portaba el acetre. La piadosa comitiva iba en filas cantando y recitando la letanía.

Al llegar a la puerta de la ermita, se concentraban alrededor de una mesita revestida con mantel, a modo de altarcito, un crucifijo y dos candelabros. En ella se depositaba el relicario con la reliquia del lignum Crucis. Y el párroco recitaba la oración de bendición: “Oramus te, Domine Deus noster ut hos agros, víneas, hos hortos has arboles, serenis oculis, hilaríque vultu respícere, digneris, tuamque super eos mitte benedictionem; ut non grando surripeat, non turbo subvertat, non vis tempestatis detruncet, non aestus exurat, non animalia noxia corrodant, neque inundatio pluvial exterminet, sed earum fructus incólumes, uberesque usui nostro, ad plenam maturitatem perducas. Per Christum dominum nostrum. Amen”.

Y, acto seguido, se arrodillaban todos y trazaba al aire el signo de la cruz a los cuatro puntos cardinales.

Benedictio Dei omnipotens, Patris et Filii et Spiritus Sancti descendat et maneat, super hos agros aut vineas et forum fructus. Amen. En silencio, tomaba el hisopo y rociaba el agua bendita también a los cuatro puntos cardinales”.

Concluído el rito, regresaban nuevamente en rogativa a la plaza donde -en la puerta del templo- se despedía la concurrencia.

Este rito dejó de celebrarse aproximadamente a mitad del siglo XX.

No es tu afan ni tu trabajo, labrador ,
los frutos que la tierra han de sacar
son las aguas es el sol que desde el cielo
La divina providencia mandará.

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