Ya se van los pastores.
En Gaibiel, llegando el tres de mayo, los pastores venidos del crudo Aragón preparaban sus atillos y recogiendo sus borregas se aprestaban a volverse para su tierra tras haber pasado los cinco meses más crudos del año entre nosotros.
Un par de días antes de marchar saldaban la deuda contraída con aquellos vecinos que se habían visto perjudicados por sus rebaños. Basta un simple descuido del pastor para que las ovejas invadiesen algún bancal y se almorzasen un arbolico o se merendasen parte de la siembra. Daños que se resarcían económicamente y... ¡aquí paz y después gloria!
También se hacía la subasta de los cuartos del pasto, de modo que antes de marchar ya tenían comprometido el uso para el próximo invierno. Nos cuentan que antiguamente se hacía al dar “la dita” a primeros de Enero. En un pueblo cuyos únicos recursos naturales son la agricultura y la ganadería, este acto de la subasta constituía uno de los más importantes del año; por que afectaba a todas las gentes del pueblo. De este modo a primeros de mayo, año tras año, se procedía a la subasta de los pastos del término municipal, que suponía una buena fuente de ingresos para el municipio y también para la hacienda del estado. El Término Municipal se dividía en "cuartos", que se tasan y delimitan a efecto de la subasta: Rabosero, Margenías, Almargen, Robles, Fages...La subasta era de viva voz (con pujas a la llana), produciéndose una animada y concurrida puja por cada uno de los "cuartos" individualmente; y adjudicándose al mejor postor.
Durante siglos, la oveja fue una de las principales fuentes de riqueza. Había grandes rebaños que pastaban por los montes cercanos durante los meses de invierno. Se controlaban los pasos de ganado, las veredas, las zonas de pasto y se intervenía en los litigios que surgían entre los agricultores y los ganaderos. Cuando llega el invierno, la nieve cubre los pastos durante semanas, había que trashumar. Y Gaibiel era uno de los destinos.Cuando se aproximan los días fríos del invierno, los pastores empiezan a preparar el hato para iniciar la vereda, el camino hacia los pastos del sur. La fecha límite, para marchar era comienzos de noviembre «Para Todos los Santos, nieve por los altos». Antes, muchos pastores de Teruel reunían los ganados en la Vega del Tajo y partían agrupados hacia tierras de Castellón, Cuenca…, con el hato de borricos bien cargado de provisiones. El trayecto podía hacerse muy duro, pues la climatología en esas fechas era ya bastante extrema.
Esta actividad determinaba el ritmo de vida de la población profundamente. Al llegar ya tenían apalabrado el uso de alguno de los corrales que existían en las calles altas del pueblo (se cuentan una quincena, aproximadamente) que eran de propiedad particular. Estos espacios disponían, en su recinto, de una casica para el pastorcico. En la que además del llar disponían de su márcega de farfollas y paja para dormir. Estos espacios son de planta cuadrada o rectangular, y su superficie oscila entre los 150 y 200 o 300 metros cuadrados. La altura de sus paredes de piedra (aunque también los había de adobe), no alcanza los tres metros. Los corrales solían estar divididos en dos partes principales: El casco y la tenada. El casco es la parte que no tiene cubierta o patio. La tenada está cubierta con un tejado cuyas aguas vertían al casco para que la paja y cañotes se pudriese mejor y se convierta en buen abono. Era éste estiércol con el que se abonaban después las viñas gaibielanas y sus bancales y con ello, se daba por pagado el alquiler al dueño del corral. En la tenada se solía hacer un apartado para los carneros. Alrededor de las paredes interiores de la tenada, estaban las comederas, hechas con tablas gruesas en forma de canaletas, en las que se depositaba el pienso para las ovejas. También había un altillo donde se colocaba la alfalfa, la avena en rama o la leña. De la viga del corral colgaban sogas para atar las berzas o la avena en rama a una altura que alcanzaran sin dificultad los animales. También había corrales de campo o en el monte, que solían ser propiedad de varias personas, por lo que a la hora de limpiar el corral y repartirse el estiércol, se hacía en común y en partes iguales.
Con las familias gaibielanas que cedían el uso del corral, los pastores establecían una estrecha relación, ya que -por lo general- solían venir cada año los mismos. Recuerdan los vecinos, que una vez recogidos los rebaños al anochecer, se bajaban los pastores a velar a casa del dueño del corral. Allí conversaban con la familia, al calor de la chimenea, durante las largas noches del invierno relatando historias, aventuras y leyendas escuchadas a otros pastores. De éste modo se entretenían, matando el tedio de tantas horas de oscuridad.
Los pastores -solían ser asalariados- vestían muy pobremente; almorzaban gachas, queso y embutido. La leche nos les faltaba y el vino –en la bota- no les sobraba. Nada mas clarear el día –si no llovía- cogían sus borregas, su zurrón y su perro… y se echan al monte, donde pasaban todo el día, regresando al anochecer. Se entretenían en el monte haciendo con sus navajas: flautas, rudimentarias tallas de madera, zurroncicos...
El tres de mayo era todo un acontecimiento verles salir, uno tras otro, con los rebaños de borregas apiñadas y atropellándose a veces, invadiendo todas las calles y dejando -sembradas a su paso- las preciadas cagarrutas. Apenas había pasado el ganado, las mujeres y los críos recogían con avaricia los excrementos para estercolar el bancal, Esa mañana las mujeres arrujaban tarde para no hacer la tarea en balde.
- Quede con Dios, amigo.
- Vaya usted con él, buen pastor. Hasta el próximo invierno.
Ya se van los pastores
hacia la majada;
ya se queda la sierra
triste y callada.
Un par de días antes de marchar saldaban la deuda contraída con aquellos vecinos que se habían visto perjudicados por sus rebaños. Basta un simple descuido del pastor para que las ovejas invadiesen algún bancal y se almorzasen un arbolico o se merendasen parte de la siembra. Daños que se resarcían económicamente y... ¡aquí paz y después gloria!
También se hacía la subasta de los cuartos del pasto, de modo que antes de marchar ya tenían comprometido el uso para el próximo invierno. Nos cuentan que antiguamente se hacía al dar “la dita” a primeros de Enero. En un pueblo cuyos únicos recursos naturales son la agricultura y la ganadería, este acto de la subasta constituía uno de los más importantes del año; por que afectaba a todas las gentes del pueblo. De este modo a primeros de mayo, año tras año, se procedía a la subasta de los pastos del término municipal, que suponía una buena fuente de ingresos para el municipio y también para la hacienda del estado. El Término Municipal se dividía en "cuartos", que se tasan y delimitan a efecto de la subasta: Rabosero, Margenías, Almargen, Robles, Fages...La subasta era de viva voz (con pujas a la llana), produciéndose una animada y concurrida puja por cada uno de los "cuartos" individualmente; y adjudicándose al mejor postor.
Durante siglos, la oveja fue una de las principales fuentes de riqueza. Había grandes rebaños que pastaban por los montes cercanos durante los meses de invierno. Se controlaban los pasos de ganado, las veredas, las zonas de pasto y se intervenía en los litigios que surgían entre los agricultores y los ganaderos. Cuando llega el invierno, la nieve cubre los pastos durante semanas, había que trashumar. Y Gaibiel era uno de los destinos.Cuando se aproximan los días fríos del invierno, los pastores empiezan a preparar el hato para iniciar la vereda, el camino hacia los pastos del sur. La fecha límite, para marchar era comienzos de noviembre «Para Todos los Santos, nieve por los altos». Antes, muchos pastores de Teruel reunían los ganados en la Vega del Tajo y partían agrupados hacia tierras de Castellón, Cuenca…, con el hato de borricos bien cargado de provisiones. El trayecto podía hacerse muy duro, pues la climatología en esas fechas era ya bastante extrema.
Esta actividad determinaba el ritmo de vida de la población profundamente. Al llegar ya tenían apalabrado el uso de alguno de los corrales que existían en las calles altas del pueblo (se cuentan una quincena, aproximadamente) que eran de propiedad particular. Estos espacios disponían, en su recinto, de una casica para el pastorcico. En la que además del llar disponían de su márcega de farfollas y paja para dormir. Estos espacios son de planta cuadrada o rectangular, y su superficie oscila entre los 150 y 200 o 300 metros cuadrados. La altura de sus paredes de piedra (aunque también los había de adobe), no alcanza los tres metros. Los corrales solían estar divididos en dos partes principales: El casco y la tenada. El casco es la parte que no tiene cubierta o patio. La tenada está cubierta con un tejado cuyas aguas vertían al casco para que la paja y cañotes se pudriese mejor y se convierta en buen abono. Era éste estiércol con el que se abonaban después las viñas gaibielanas y sus bancales y con ello, se daba por pagado el alquiler al dueño del corral. En la tenada se solía hacer un apartado para los carneros. Alrededor de las paredes interiores de la tenada, estaban las comederas, hechas con tablas gruesas en forma de canaletas, en las que se depositaba el pienso para las ovejas. También había un altillo donde se colocaba la alfalfa, la avena en rama o la leña. De la viga del corral colgaban sogas para atar las berzas o la avena en rama a una altura que alcanzaran sin dificultad los animales. También había corrales de campo o en el monte, que solían ser propiedad de varias personas, por lo que a la hora de limpiar el corral y repartirse el estiércol, se hacía en común y en partes iguales.
Con las familias gaibielanas que cedían el uso del corral, los pastores establecían una estrecha relación, ya que -por lo general- solían venir cada año los mismos. Recuerdan los vecinos, que una vez recogidos los rebaños al anochecer, se bajaban los pastores a velar a casa del dueño del corral. Allí conversaban con la familia, al calor de la chimenea, durante las largas noches del invierno relatando historias, aventuras y leyendas escuchadas a otros pastores. De éste modo se entretenían, matando el tedio de tantas horas de oscuridad.
Los pastores -solían ser asalariados- vestían muy pobremente; almorzaban gachas, queso y embutido. La leche nos les faltaba y el vino –en la bota- no les sobraba. Nada mas clarear el día –si no llovía- cogían sus borregas, su zurrón y su perro… y se echan al monte, donde pasaban todo el día, regresando al anochecer. Se entretenían en el monte haciendo con sus navajas: flautas, rudimentarias tallas de madera, zurroncicos...
El tres de mayo era todo un acontecimiento verles salir, uno tras otro, con los rebaños de borregas apiñadas y atropellándose a veces, invadiendo todas las calles y dejando -sembradas a su paso- las preciadas cagarrutas. Apenas había pasado el ganado, las mujeres y los críos recogían con avaricia los excrementos para estercolar el bancal, Esa mañana las mujeres arrujaban tarde para no hacer la tarea en balde.
- Quede con Dios, amigo.
- Vaya usted con él, buen pastor. Hasta el próximo invierno.
Ya se van los pastores
hacia la majada;
ya se queda la sierra
triste y callada.
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