Las primeras comuniones.

En Gaibiel tradicionalmente el Jueves de Corpus Christi -uno de los tres jueves del año que relucían más que el sol- era el día de celebración de las primeras comuniones.

Antiguamente la primera comunión tenía un significado meramente religioso, más acorde con la celebración del Sacramento. La primera comunión se entendía en la sociedad rural como un acto humilde y exento de toda parafernalia pagana. La familia se congregaba para compartir con el niño/a ese acontecimiento tan señalado para el que se había preparado acudiendo a la doctrina y examinándose del catecismo con el párroco. Superada la prueba se hacía temblorosamente la primera confesión (había que narrar a un mayor las inconfesables travesuras secretas hasta entonces). Desde la medianoche anterior había que observar un riguroso ayuno para poder recibir la Comunión. Esa noche los nervios dejaban dormir poco a la criatura que además madrugaba bastante para asearse, arreglarse y estar puntualmente en el templo para la cremonia.

La práctica del ayuno antes de comulgar, propia del respeto y veneración al Stmo Sacramento, hacía coincidir el ayuno penitencial con el natural, y éste con el eucarístico. Lo que obligó a trasladar el horario de las Misas a las primeras horas de la mañana. Solamente mediados del siglo XX con SS Pío XII se inició un proceso de mitigación.

El día de la primera Comunión era una fecha inolvidable, constituía "el día más feliz de la vida", porque todo giraba entorno a la trascendencia y significado religioso del hecho: ¡recibir a Dios por vez primera!

A comienzos del siglo XX en Gaibiel cada año realizaban la primera comunión más de una veintena de niños/as. Cada uno llevaba su silla al templo (no había bancos en las iglesias) Debido a la falta de reclinatorios (recordemos que el comulgatorio fue quemado junto a todos los enseres del templo en el saqueo de 1936), debido a la crudeza de necesidad de la posguerra, a finales de los 50, una buena maestra inició la costumbre de engalanar -con una sábana blanca cogida con alfileres y unos ramitos de flores- un par de sillas con los espadares encontrados, de modo que delante servían al comulgante para sentarse durante la Misa y detrás para arrodillarse en la consagración y la comunión

Los trajes se cosían ordinariamente en el pueblo y con la tela que se podía. Pasado ese día tan especial les servía para vestir los domingos y festivos. Los niños trajecito de color o blanco que luego les servía cortando el largo del pantalón, con un cordón con una cruz al pecho. Las niñas vestían un sencillo vestido de organdí blanco, con un velo, una diadema o tocado. Ambos llevaban como accesorios, guantes blancos, rosario, librito de oraciones. Las niñas llevaban también una limosnera o bolsita con las estampas de motivos religiosos en cuyo reverso se imprimía un recuerdo de ese día; que también servía para guardar las pesetas que les daban sus familiares, amigos, vecinos, etc. La parroquia tenía un traje para prestarlo a aquella familia que –por su escasez de recursos- no podía coser uno para vestir el acontecimiento.

Una vez concluida la ceremonia religiosa, lo celebraban con un desayuno que tenía lugar en la casa y al que acudía estrictamente los familiares más allegados, se hacía a base de un chocolate con algunos dulces como rollo careao, “panquemaos” y margaritas. Después iban los niños con sus padres por las casas de amigos y familiares, enseñando el traje y dejando una estampita-recordatorio del evento, al que se correspondía haciéndole al crío un regalillo (apenas unas perras). Después, a cambiarse para ni manchar ni arrugar el traje y se comía en casa una paella en la intimidad.

Por la tarde, acudían con su trajecillo a la procesión del Corpus. Después de la cual los padres de los comulgantes invitaban a los amigos más íntimos a una copita en casa.

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