Uno de los jueves del año que relucen más que el sol

Secularmente el jueves siguiente al domingo de la Santísima Trinidad, el orbe católico celebraba la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Ese es su título completo, aunque popularmente se denomina el "Corpus Christi", y su título original era Festum Eucharistiae.
Gaibiel no era una excepción. El Corpus constituía para sus vecinos un acontecimiento extraordinariamente festivo. Trabajaban semanas en su preparación, que comenzaba por "emblanquinar" las casas o al menos la fachada hasta el balcón, los “morricos”. Cada año se las ingeniaban para exhibir originalidad en la ornamentación de las mesas (altares) donde se hacía estación a la eucaristía. Tradicionalmente estas eran tres: la C/ Dolores, la Plaza y la C/ Mayor, siendo esta última la que se destacaba extraordinariamente. Era un secreto celosamente guardado la innovación decorativa que se pensaba emplear ese año. Los adornos se hacían con pétalos de flor pegada sobre cartón, siguiendo un dibujo previamente trazado. Hojas de pitiminí, clavel, rosas diminutas y manzanilla... adheridas con cola casera hecha de de harina y agua, eran el material base. Tanto interés ofrecía el asunto que había hasta quien se cuidaba de traer ideas de fuera para el año próximo, en un pique sano entre calles. Un año hicieron, con columnas de cartón, un templete imitando al del sagrario, otro un gran arco de yedra y flor que enmarcaba la mesa, otro tres grandes canastillos primorosamente floreados que flanqueban el "altarcico"… Las vecinas se juntaban y trabajaban la flor, mientras los hombres traían del campo las hierbas aromáticas para la enramada de las calles. Cada cual contribuía, según sus posiblidades, para hacer grande la fiesta.

El Jueves de Corpus era un día solemnísimo: por la mañana Misa cantada con sermón de campanilla, a la que acudía -de punta en blanco- todo el pueblo con sus autoridades, las cofradías, la adoración nocturna, los maestros, los comulgantes por primera vez… Después a casa a desayunar si se podía y de fiesta a poder ser. Por la tarde, en cada una de las calles por donde pasaría la comitiva comenzaba una frenética actividad para disponer la enramada o la mesa, según el caso. Donde se hacían altares, las mesas se engalanaban con faldillas de color raso o las mejores sabanas de hilo y sobre-mantel de puntillas, con floreros y cirios delicadamente dispuestos para que se depositase entre ellos la custodia. Se ubicaba una alfombra en el suelo y un cojín para que el sacerdote se arrodillase durante la estación.
La Procesión tenía el mismo recorrido que en la actualidad (por el campanario en busca de la C/ Dolores, C/ del Rosario, Plza Mayor, C/ Trinidad, lavadero y aboca C/ Mayor para volver al templo). Las mujeres arrujaban bien esas calles para asearlas al paso de Ntro. Señor, ponían cubres en los balcones y alfombraban con hierbas aromáticas y flor el suelo, de modo que al ser pisadas desprendían fragancias y aromas de fervorosa piedad y fe.

Las campanas convocaban a la hora fijada a la feligresía. En el templo se realizaba un sencillo acto de adoración y daba comienzo la procesión. Un volteo general de campanas y la música, acompañaban la salida del templo del Santísimo Sacramento. El palio lo portaban -por turno- los padres de los niños que hacían ese año la primera comunión. Abriendo la procesión iban los monaguillos con la cruz parroquial y los ciriales, la feligresía (separados hombres y mujeres), las cofradías con sus estandartes, la adoración nocturna, los niños y niñas de primera Comunión (con cestillos donde llevaban pétalos de rosa) y los monaguillos truriferario, naveta y la campanilla del alzar a Dios y el párroco con la Custodia detrás iban el vicario y el Alcalde con la Corporación, seguidos de la música.
Al llegar a cada mesa el sacerdote depositaba la Custodia, cesaba la música, se entonaba un breve canto eucarístico, se arrodillaban todos, incensaba y recitaba la estación, después se levantaba el cura y cogía la custodia, los fieles arrodillados recibian la bendición con el Santísimo; reanudándose acto seguido la música y la procesión.

Al llegar de nuevo al templo, a la entrada de la Custodia, la música interpretaba la marcha real. Y allí se realizaba la estación solemne: cinco "Alabado sea el Santísmo Sacramento" seguidos de Paternoster, Avemaría y Gloria. Y un sexto por la persona e intenciones del Romano Pontífice: “Oremus pro pontífice nostro N., Dominus conservet eum et vivificet eum et beatum faciat eum in terra et non tradat eum in animam inimicorum ejus”. Se hace la oración final, se canta el Tantum ergo y se incensa. Se imparte la última bendición y, colocado el Sacramento sobre el altar, todos arrodillados pronuncian -reduplicadas- las Preces en reparación de las blasfemias: "Bendito sea Dios"... Se hace la reserva y concluye el acto.
Los fieles vueltos a casa, tras mudarse, comienzan el zafarrancho de retirada de la enramada y las mesas. El jueves siguiente se celebraba la Octava del Corpus, sólo con mediorrecorrido pero con idéntica solemnidad.

Desde siglo XII, la devoción eucarística se caracterizaba por un fuerte deseo por parte de los fieles de ver la hostia y el cáliz en la Misa con temor reverencial por saberse ante la presencia real de Dios y la profunda conciencia de indignidad personal. Ver la hostia, venerar las sagradas especies, constituía una forma de comunión espiritual.

En 1264, el papa Urbano IV extendió la celebración a toda la Iglesia. La procesión un hermoso acto público de homenaje a Cristo presente en la eucaristía y de acción de gracias a Dios por tan inmenso don. Constituye, además, una viva manifestación de la iglesia local. La primera noticia que se tiene de esta práctica se remonta al año 1279, en Colonia. Pronto siguieron su ejemplo otras iglesias. La hostia consagrada se llevaba procesionalmente por las calles y los campos, tributando así público homenaje a Cristo presente en el sacramento. Para exhibir la hostia se usaban entonces los relicarios. Más tarde comenzaron a elaborarse las custodias.

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