Los veraneantes o la "colonia del higo".

Uno de los aspectos más significativos del mes de Julio gaibielano era el desembarco de los veraneantes.

Con el final del curso escolar la pregunta habitual entre la gente de la ciudad era: - “Vosotros ¿Dónde veraneáis?”. Antaño, veranear era un término de extensión familiar mucho más amplio que nuestro moderno concepto de “vacaciones”. Entonces el veraneo venía a durar algo mas de dos meses (de julio hasta pasadas las fiestas del Sto. Cristo de la sed) y veraneaba junta la familia entera: padres, hijos, abuelos, tíos solteros…). El veraneo de las clases modestas era rural, los destinos de playa sólo empiezan a imponerse en la década de los 60. De modo que quien podía se iba al pueblo, siendo el destino más socorrido, la casa de los abuelos. Y el que no podía también se iba al pueblo… los de ciudad, carecían de casa rural no tenían más remedio que alquilar una vivienda.

Gaibiel, desde antiguo, recibía -todos los años- una masa de veraneantes valencianos de modesto nivel económico procedentes en su mayoría del Grao o de la periferia de Valencia. Nos cuentan los muy viejos del lugar que a comienzos de 1900 eran apenas cinco familias las que se dejaban caer por Gaibiel alquilando, a bajo coste, la vivienda a los lugareños durante los meses de estío. De modo que la mayoría de las familias gaibielanas se subían los meses de Julio y Agosto a la porchada de la casa y alquilaban el uso de la vivienda a los forasteros. Esta fuente extraordinaria de ingresos ayudaba a los de aquí a vivir sumándose a lo que sacaba del bancal y a cuanto se conseguía a base de echar jornales en los naranjos de Sagunto o en la siega en Teruel. Además esta afluencia de veraneantes permitía vender los excedentes de los productos de la huerta y así poder engrosar mínimamente los ingresos.

Ordinariamente las familias foráneas y veraneantes, si se entendían bien, solían reservar la casa de un año para otro y de este modo se establecían sólidos vínculos afectivos entre unos y otros. Es de señalar que a pesar de la notable incomodidad que representaba -para unos y otros- esta provisionalidad se vivía con agrado. Cuentan que había casas en las que llegaban a meterse más de veintitantos valencianos hacinados. Al carecer las casas de agua corriente había que ir a recogerla, tras hacer cola, en las fuentes con botijos y cántaros. Salvo los que vivían en aquellas casas por donde pasaba la acequia, que aprovechaban las horas en que bajaba sin jabón y se apañaban bien -desde la ventana- con una cuerda y un cubo. Tampoco existían aún sanitarios en las casas por lo que a lavarse al río y a hacer sus necesidades –con suerte- en la cuadra ante la ávida mirada de las gallinas, conejos, el macho o cabra… Eso o “coger las de Villadiego” e irse a las afueras (uno de los lugares mas socorridos para este menester era la higuera de San Blas, entre otros). De modo que con prisas se enfilaba aquel camino y con alivio se volvía de él. Ese trasiego de valencianos de buena mañana suscitaba comentarios jocosos entre las mujeres del lavadero sobre lo que por el agua surcaba en busca de los mares.

Algunos llamaban a esta masa de veraneantes “la colonia del higo” porque aparecían con los higos y con ellos los higos volaban. Cuando salían al paseo, fuera este de mañana o tarde, andaban en las higueras hurgando buscando entre sus hojas en busca del ultimo en madurar para echárselo a la boca o al bolsillo.

Gaibiel ofrecía la oportunidad, nada desdeñable, de un veraneo saludable: aire puro y paisaje agreste, paseo y excursión por el monte, tranquilidad y descanso, noches fresas y veladas amenizadas por buena conversación a sentados a la puerta o con la verbena en la plaza los fines de semana. Pero sobre todo, ofrecía la oportunidad de que los niños y jóvenes encontrasen ocasión de sano esparcimiento y diversión. Esta forma de veraneo muy económico hizo que progresivamente fuera aumentando el número de la colonia hasta que en los años cincuenta, concluido el periodo de autarquía y con las medidas económicas liberalizadoras, al producirse un significativo ascenso del nivel de vida de los españoles, se diese lugar a un aumento significativo de la masa de veraneantes.

El carácter acogedor y hospitalario de las gentes de Gaibiel siempre hizo sentir al veraneante como en su propia casa, como un vecino más; si bien es cierto que no faltaban aquellos que, por considerarse de capital, iban fanfarroneando a los del lugar. Entre la infancia y la mocedad se establecían relaciones de amistad y afecto que se consolidaban para toda la vida. Aunque en honor a la verdad, los finolis niños de la capital no pocos días volvían a casa llorando con una pedrada bien dada o se curtían en mil peripecias en la caza de grillos, dragones o la pesca de peces cabezones... En los infantiles juegos siempre perdía el equipo visitante. Otro cantar eran las lides amorosas de la mocedad y su cosecha de calabazas.

Esta convivencia estival ayudó a la prosperidad de Gaibiel. Los valencianos no sólo traían respiro económico a las familias gaibielanas sino también espíritu de colaboración en sus fiestas, ideas y modas, prestamos lingüísticos (de modo que muchas palabras de uso corriente son valencianas o están influenciadas por el idioma)… y sobre todo lo más florido de su piedad la devoción a Ntra. Sra. de los Desamparados y su fiesta.

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