Celebración de Los fieles difuntos



La celebración del primero de noviembre, en Gaibiel, estaba precedida por intensas jornadas de preparación tanto material como espiritual: - La novena de almas, daba comienzo el 24 de octubre y se celebraba al anochecer con una gran concurrencia de fieles que acudían en rogativa por sus difuntos. – Y, por otro lado, el arreglo comunitario del cementerio. Cada cual empleado en la tumba de los suyos. Esta tarea, sin duda, ayudaba mas a los vivos que a los muertos; puesto que servía de ocasión para intensificar la convivencia al realizar tareas en común y propiciar la ayuda recíproca, el encuentro y el dialogo. Se arrancaban las malas hiervas, se rehacían las sepulturas (se formaba el túmulo con ayuda de la azada y regando la tierra), se repintaba la cruz, y se ponían algunas flores cogidas del bancal. Ni que decir tiene que aquí todo era mucho más modesto que en cualquier otro lugar de la cristiandad pero se hacía con el mayor respeto y cariño por los muertos. La Solemnidad de Todos los Santos la Misa mayor era cantada y sermoneada por el párroco, de la Misa primera (como era costumbre en lo ordinario y en las fiestas de guardar o solemnidades) se hacía cargo el vicario.

Al ser festivo, concluida la Misa -o bien por la tarde- se aprovechaba para acudir al cementerio a visitar a los difuntos. Allí, tras rezar por los propios, se iba a visitar a los conocidos y a hacer repaso general de sepulturas. Los enterramientos se hacían en tierra, eso de los nichos en pared (para aprovechar mejor el espacio) se introdujo tardíamente.
El antiguo cementerio estaba dentro del pueblo, aledaño a la parte alta del templo (los viejos del lugar aún precisan su ubicación –por lo que oyeron de sus mayores- sin que hubieran llegado a conocerlo allí). Después -por disposición gubernativa- se ubicó en el extrarradio próximo al calvario. Y, a finales del primer cuarto del siglo XX, dejó de enterrarse en él y se adquirió el terreno que ocupa en la actualidad, donde se fueron trasladando progresivamente los restos. Quedando el viejo cementerio, durante décadas, en un lamentable estado de abandonado, nos cuentan que su estado de deterioro llegó a tal extremo que en algunos nichos, al haberse roto algunas lápidas, de entre los carcomidos ataúdes se veían los pies del finado. Los críos más intrépidos entraban por allí en sus atrevidos juegos infantiles. No faltó quien -viendo al finado mejor calzado que él- se llevase unas botas para terminar de gastarlas, supuesto que a su dueño ya no habían de llevarle a ninguna otra parte. Las niñas, menos osadas, temerosas no solían traspasar la puerta y en las tapias del cementerio cantaban aquello de:

“tres patadicas doy aquí
¡que salga mi abuela detrás de mí!”…

Y echaban a correr atolondradamente cuesta abajo. Como es de suponer no faltó niña que, en la excitación entre lúdica y miedosa, se le travasen los pies y la rodó la calle entera sin necesidad de que la abuela la persiguiera...

Esa jornada de Todos los santos lo piadoso se mezclaba con lo social; concurría al camposanto todo el pueblo sin excepción; y muchos deudos -que ya hacía décadas que residían fuera de la villa- venían ese día con intención expresa de visitar a sus muertos. Por lo que el encuentro no era sólo con los difuntos sino con viejos conocidos y amigos. Por ello, había quienes -por un día- trasladaban la sastrería allí cortaban en el camposanto trajes a medida de vivos y difuntos: - ¡Éste que agusto se quedó! o ¡Aquella qué bien hizo en morirse!... –Mira esta que pronto se ha olvidado fulanita de su hombre ¡que abandono!… -Mira aquellos que ingratos han sido ¡con lo bien arreglados que les dejaron sus padres!… Y así hacían repaso general.
Entre aquellas sepulturas destaca la del “gitanillo”, el hijo de unos vendedores gitanos que nació en el antiguo hospital y fue bautizado aquí y murió a temprana edad. Los niños gaibielanos le arreglaban cada año la sepultura y le ponían alguna flor (aún hoy sigue haciéndolo algún vecino).

La noche del día uno, celebración litúrgica ya de los fieles difuntos, desde el campanario los hombres y mozos -por turno- hacían doblar las campanas durante toda la noche. Tarea que, según nos relatan, era sobrecogedora cuando aún no había llegado la luz eléctrica a Gaibiel, y no menos cuando recién llegada porque las cuatro bombillas del alumbrado público sólo estaban situadas en las encrucijadas de los callejones, apenas un punto de luz entre tantas tiniebla. Lo que suponía llegar al templo entre a oscuras, con un farol, y acompañados del sobrecogedor y lastimero toque a muerto. Como es de suponer, no faltaron los bromistas y guasones que esperaban al relevo en alguna esquina para darles un sobresalto y llegar presto a su tarea perseguidos por el miedo. Como quiera que en la guerra civil, cuando el frente se aproximaba a Teruel, los milicianos echaron las campanas a tierra, al concluir la contienda sólo se recuperó el cimpanico y un trozo de rail, con un radio metálico de una rueda hacían las veces de campanas; amén de la matraca (que se usaba para avisar a la feligresía a los oficios del triduo sacro). Cuentan que, de tanto en tanto, la cuerda se soltaba junto con el badajo y caía pesadamente dando más un sobresalto a algún sacristanico.

En cada hogar piadoso, esa noche de difuntos, se encendían las “minetas”, una o dos a lo sumo, puestas en un vaso o en una taza. Primero se ponía un poquito de agua y luego se colmaba de aceite, sobre el que se dejaba caer un círculo de corcho con una mecha en el centro. Se encendían y ardían hasta consumirse en plegaria por los difuntos de la familia. Sin embargo, nos refieren que no eran pocas las amas de casa que, durante todo el año, tenían por costumbre encenderlas con esta misma intención muchas noches del año o que, al retirarse a dormir, dejaban el candil encendido hasta consumirse alumbrando por los difuntos. Tampoco faltaban las que daban limosna a intención de almas en el cepillo de la Iglesia para que se celebrasen Misas por ellas. Gestos piadosos que ponían de manifiesto la estrecha vinculación y recuerdo que existía entre vivos y difuntos. Gestos de gratitud y afecto que se expresaban en la visita frecuente al camposanto (a veces con el catret para sentarse a la vera de la tumba y pasar allí un buen rato), llevar una flor, guardar el luto, encargar Misas… eran formas de no perder el vinculo y testimoniar externamente el dolor y el pesar.

Esa noche, de los fieles difuntos, se rezaba en cada casa, y en familia, las tres partes del rosario por las ánimas. Y para poder lograr que los niños también participaran –nada más comenzar a anochecer, se les hacía miedo:- “¡No vayáis por ahí que os cogerán los gorreticos. Ala para casa!”… De modo que las avemarías se doblaban con las campanas en recuerdo y suplica por los difuntos. Al clarear el día de difuntos se celebraban tres Misas seguidas por las almas, con sus respectivos responsos. A la Misa primera acudían todos los hombres antes de incorporarse a sus faenas en el campo. Solía ir todo el pueblo y las mujeres acostumbraban a quedarse, si no a las tres, si a mas de una. Al concluir se cantaban los gozos de las almas.

GOZOS A LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO

Por las pobrecitas almas
todos debemos rogar.
Que Dios las saque de penas
y las lleve a descansar.

1.- En aquellas miserables
hay una suma pobreza,
que al partirse de este mundo
nos dejaron sus riquezas,
y en nosotros tal torpeza
que nadie quiere rogar.

2. -Están gimiendo y llorando
y entre llamas padeciendo,
y las que están suspirando
de vernos todos riendo,
olvidados de sus penas
nadie se quiere acordar.

3. - No hay apenas un cristiano
que de las almas se apiade,
está penando tu hermano
las penas que Dios se sabe,
tened de ellas compasión
y acordaros de rezar.

4. - Aunque con gracia de Dios
van allí para purgar,
allí se viene a pagar
lo que aquí se ofende a Dios,
no pudiendo merecer
sólo pueden esperar.

5. - Si Dios te diera a gustar
lo que suelen padecer,
no harías sino llorar
si te dejaran volver,
y no habrías de perder
un instante por rogar.

6.- Allí tienes a tus padres,
tíos, hermanos y abuelos.
conocidos y compadres,
amigos y bisabuelos,
sin alivio ni consuelo
por no quererte acordar.

7. - Entre llamas tan ardientes
también se suelen quejar,
y llamar a sus parientes
que las quieran ayudar,
estando todas pendientes
de lo que podáis rogar.

8. -Toma por intercesora
a la Virgen soberana,
por que sea protectora
y se apiade de sus almas,
y de aquellos pobrecitos
que se sirvan de alcanzar.

9. - También por intercesores
pon a los Santos del Cielo,
para que de sus dolores
tengan con ellos consuelo,
pues ninguno acá en el suelo
tiene ganas de rogar.

Solas tristes y afligidas
Dios os quiera consolar,
pues estáis en gracia unidas
que os lleve a descansar.

Por las pobrecitas almas
todos debemos rogar.

Que Dios las saque de penas
y las lleve a descansar.

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