Jocosidades del día de los Santos Inocentes

Cuando el calendario señalaba el 28 de diciembre, celebración de los Santos Inocentes, y se levantaba el sol en Gaibiel no eran pocos los que se frotaban las manos ante las fechorías que, en plan de broma, pensaban gastarle a sus vecinos, mientras que otros, los más tímidos, temblaban con sólo pensar que pudieran ser objeto de burlas, chascos y guasas ajenas y por ello andaban esa jornada bien precavidos para que no les engañasen, se mofasen de ellos o tomasen el pelo. Porque en todos los rincones de España la fiesta litúrgica iba acompañada de la costumbre de gastar “inocentadas”: bromas gastadas a otros a modo de cuchufleta y diversión.

Según una arcana tradición, se hacía en Gaibiel un singular trueque en rígida estructura de las relaciones pueblo-autoridad. Según nos cuentan haber oído relatar a sus mayores, los más ancianos del lugar, el día 28 las cuadrillas elegían al que oficiaría de alcalde y a los otros cargos relevantes, como el juez, el alguacil... y, tomando la plaza, sometían a jocoso juicio a algunos del vecindario sacándoles los colores. Y les harinaban o “empapuzaban”, según la sentencia que le recayese. Después se abría la veda para harinar a cuantos se tropezasen, y si las victimas ofrecían resistencia “empapuzaban” hasta levantándole los faldones a las mujeres si era menester o trepando los balcones o dejándose caer, desde el tejado, por las porchadas.

La ausencia de autoridad gubernativa durante esa candonga jornada permitía a los villanos hacer de las suyas a sus anchas. Ya que el verdadero alcalde estaba como ausente, ¡como si no hubiese tal! Años hubo en que, literalmente, se marchaba por preferir que se luego le contasen los despropósitos mejor que ser testigo de ellos. De aquella vetusta forma de celebración de la jornada lúdica, de autentico ambiente carnavalesco y satírico, sólo pervivió simplificada -en parte- hasta bien entrado el siglo XX lo que a reglón seguido paso a referir.

La zumba y mojiganga comenzaba al término de Misa de 9, de modo que al salir los fieles del templo ya estaba formado el corro alrededor del que ese año era el encargado de echar el pregón. Para poner la nota de humor, uno se subía a un caballo y con potente voz relataba las incidencias más sonrojantes y cómicas del año. E iban por el pueblo publicitando la relación. No fueron pocos los años en que se hiciese cargo de ese menester, por su particular gracejo, el tío Carlos el rullo.

El alcalde de pega, sobre un caballo, como expresión del adueñarse del pueblo, en plan de desorden, fiesta y algazara comenzaba su relación de chascarrillos jocosos a los que acompañaba la irrisión de la concurrencia. El ludibrio consistía en sacar a relucir, a modo de befa y escarnio público, todas las comicidades acontecida en el pueblo a lo largo del año en el pueblo: el que al llegar a la viña se daba cuenta que había olvidado el arado en casa; la que se equivocaba de camino y trasponía a destino errado; la que al hornear se dejó la levadura; la que en el lavadero se despistaba y perdía la ropa acequia abajo, el que llegaba a gateando de la taberna a casa… Por lo general todo lo referido en la bufonada, eran cosas graciosas y poco hirientes, pese a que por ridículas no le hiciera gracia las chuscada a los propios protagonistas. Puesto que si a la mayoría les sacaban la sonrisa y a ellos les sacaban los colores por la ridiculez de lo acontecido. Por ello años hubo que algunas jóvenes se resistían a salir de casa o del templo ese día por ver si se olvidaban en la crónica de pregonar lo que no querían oír. Por la tarde, en la plaza había baile suelto con concurrencia general.

Pero no idealicemos en demasía la sorna de éste día; porque antaño no faltaron años en que la broma iba demasiado lejos y ocasionaba algún disgusto.

La inventiva popular gestaba sus mofas, entre borracheras y risotadas, en los corros de amigotes en las tabernas o en los lugares de reunión festiva de las cuadrillas durante las tres jornadas de pascuas. Y se daba cita todos los 28 de diciembre en las calles para realizar las travesuras y demás divertimentos. Por consenso tácito se asumía que esa jornada lúdica podían hacer lo que quisieran, incluso "tomar cualquier cochino, gallina o animal que andase suelto por el pueblo" para dar de él cumplida cuenta en las comilonas festivas.

El origen de esta ancestral costumbre de gastar “inocentadas” el día de los Santos Inocentes, hay que buscarlo la Edad Media con la figura del “Obispo de los locos” al que le estaba permitido realizar todo tipo de chanzas y bromas, y como coincidía el final de su licencia para bromear con el día 28 de diciembre, comenzó a conmemorarse profanamente tal día como el propicio para las bromas. Andando el tiempo, imitando esa tradición el día 6 de diciembre los escolanos elegían -de entre los miembros del coro y escuela- al “obispillo” y ejercía su potestad apara la chanza con colaboración de otros para reírse de sus victimas hasta el día 28; razón por la que, al obispillo, comenzó a llamársele Obispillo de los Inocentes; es decir, de aquellos a los que se les hacían bromas por ingenuos.

Las cómicas figuras ambos personajes se extendieron por las escolas de toda Europa pese a que la Iglesia consideraba esta costumbre como sacrílega, no pudo acabar con su práctica. Fue en España donde alcanzó mayor arraigo y consiguió mayor respaldo popular quedándose en el devenir de los siglos en la fecha en que se abría la veda para gastar bromas sin límite ni discreción.

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