El Bendito Antonio y la bendición de animales...

La religiosidad popular asocia la figura del ermitaño San Antón con la bendición de animales domesticados por el hombre. Hemos de recordadr que el Señor creó a los animales para que hicieran compañía al hombre y, tras el pecado original, para que nos sirvieran de alimento (Génesis 2,19-20a). Los puso a disposición del ser humano y por eso se los dio a Adán para que les impusiera su nombre: en la mentalidad semítica (Oriente Próximo y Medio) el poner nombre a algo indica el dominio o superioridad.

Bendecir los animales significa reconocer que son un regalo que Dios nos ha hecho y merecen ser tratados con la dignidad y respeto propios de los que son queridos por Él.

Los animales, creados por Dios, habitan el cielo, la tierra y el mar, y comparten la vida del hombre con todas sus vicisitudes. Dios, que derrama sus beneficios sobre todo ser viviente, más de una vez se sirvió de la ayuda de los animales o también de su figura para insinuar en cierto modo los dones de la salvación”.

La vida, es algo que se da al hombre no solo como don, sino como tarea: es el mismo hombre quien tiene en sus manos el poder aumentar su vitalidad o empobrecerla. Para eso Dios le señala el camino, le da las reglas de la salud, que son los mandamientos: si sigue los mandamientos será cada vez más bendito; si se extravía y busca cualquier huella, cualquier camino, a pesar del Dios que quiere su bien, será maldito. Por eso la bendición de Dios, para que sea plenamente eficaz, exige la respuesta del hombre...

El hombre ha de actualizar y prolongar la bendición divina cumpliendo sus mandamientos y bendiciendo a Dios. Nuestro bendecir a Dios es puro elogio, pura alabanza. Y es en la alabanza o bendición -"¡bendito sea Dios!"-, unida al cumplimiento de sus preceptos, donde la bendición, que de Dios viene a nosotros, se hace plenamente eficaz. Cuando el hombre deja de bendecir a Dios y obedecerlo es como si se rompiera el diálogo y la bendición divina no pudiera realizar su efecto vitalizador en nosotros. La bendición se troca, a pesar de Dios, en maldición.

La bendición de los animales trata de recordar el equilibrio que debe existir entre el hombre y la naturaleza, en este caso específico con los animales. Y según la tradición, fuertemente arraigada en nuestros pueblos, El bendito Antón es el bendecidor nuestros animales porque ellos fueron su única compañía cuando se retiró al desierto egipcio para cumplir con el consejo que Jesús dio al joven rico: “Vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres y luego sígueme”, y eso mismo hizo él.

Según sus biógrafos, San Antonio Abad, en medio de la vida solitaria y austera que llevó, pudo descubrir la sabiduría y el amor divinos a través de contemplación y alabanza divina por el don de la naturaleza. De esa revelación, San Antonio adquirió la costumbre de bendecir a los animales. Y tras su muerte, fue invocado como protector de los animales domésticos.
En Gaibiel, anualmente, el día que el calendario marcaba San Antón se sacaban los animales domesticos de la cuadra; no -como de costumbre- para que recorriesen las pulas las calles, o para seguir las cabras al cabrero, o subir el macho aparejado a la viña, o la vaca u obeja a pastar, o el perro para perseguir al gato... sino -camino de la plaza- para ser bendecidos por el párroco en e l atrio de la Iglesia. Pero esta costumbre se incorporó tardíamente al ritual festivo aproximadamente en la década de los cincuenta cuando los ganaderos de vacas se encargaron de organizar la fiesta. Secularmente, la víspera se hacían hogueras en las puertas de casi todas las casas. ¡Lumbres exorcizantes en honor del santo ermitaño! Invocando su protección sobre la cuadra y sus pobladores. Lumbre que templaba el cuerpo y reunía familia y vecinos. A la mañana siguiente, día de San Antón, la plaza de Gaibiel asemejaba el embarcadero de Noé, una importante población de Vacas y becerros, cabras y ovejas, pollinos y acémilas, caballos y mulos, lechones y pulas, perros y gatos… se concentraba en torno a la puerta de la Iglesia. Aguardaban impacientes a que concluyese la Misa mayor y les llegase el turno de ser bendecidos. Sus amos deseaban que la bendición les preservase de enfermedades o del maleficio de los malos espíritus que les asegurase poder servirse de ellos para ganarse el sustento familiar. Antaño vestían al tío Panchito, de San Antón y al salir las gentes de Misa, ya estaba alli el figurante dispuesto para dar la vuelta al pueblo.

Las Misas de ese día eran en honor del santo asceta y se participaba en ellas en rogativa por la protección de las ganaderías. A acto eucaristico seguían las competiciones de los mozos en carreras de caballos realizadas en el camino, a media mañana. Años hubo que se hicieron las entradas de toros y suelta de vaquillas en la plaza que completaban los festejos. La costumbre de dar los panecillos bendecidos, que servían para llevarlos a las casas como protección, comerlos como bendición o dárselos como medicina a los animalicos enfermos es un elemento reciente y añadido.

Siempre que en la Sagrada Escritura Dios o el hombre bendicen, el objeto de esa bendición es promover la vida, hacerla más plena, ayudarla a crecer, darle el shalom (vocablo hebreo que significa mucho más que la “paz”, el conjunto de todos los bienes necesarios para la vida). La maldición por el contrario es un desmedrarla, un enfermarla, un provocarla a la muerte. Y de eso había que librar a los animales tan necesarios para asegurar la subsitencia del hogar y las tareas del campo.

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