Noche de Reyes...


De todas las noches del año la más mágica y repleta de ilusiones es, sin lugar a dudas, la del cinco de enero, Noche de reyes. En Gaibiel, la austeridad de sus gentes, desconoció secularmente la hermosa escenificación con que se celebraba la venida de sus Majestades de Oriente en otros lares. Aquí amanecían, sin más, los escasos y humildes regalicos en el balcón, junto a las desgastadas alpargaticas -que se habían dispuesto allí- acariciando el deseo de que los reyes no pasasen de largo sin dejar caer alguna cosica.

La sencilla y rudimentaria cabalgata de reyes se organizó -por vez primera en Gaibiel- recién terminada la guerra. Fue promovida por el cura, recién llegado, Don Manuel Gil con la colaboración de la maestra Dª Mercedes Aliaga. Ilusionados realizaron, con algunos ayudantes, el vestuario de los Magos: las coronas con cartón revestidas de papel plata; con lana de los colchones, cosieron las barbas y pelucones, las capas las pidieron prestadas de algún vecino y con feccionaron unas sencillas túnicas. Con este torpe aliño indumentario se vestían aquí sus altezas para despistar a los pequeños, cosa que no siempre consiguieron. El peor parado siempre era el pobre negro tiznón. Baltasar, era embadurnado con un corcho requemado y, de negruzco que quedaba, no se le veían más que los dientes y el blanco de los ojos. Lo dramático -para él- no era que durante un par de semanas fuera el hazmereir de todos por su tez caribeña (ya que la tizne del corcho dejaba un rastro dificil de sacar) sino los llantos de los pequeños cuando se acercaba a ellos; porque -en lugar de darles una agradable sorpresa- les daba un susto de muerte. Y es que, negros, por estas tierras, no se habían visto jamás ni en foto.

La generosa comitiva salió, ese año, de las escuelas, y sobre las seis de la madrugada. Recorría las calles por el orden indicado por el alguacil (a quien le comunicaban los vecinos la voluntad de recibir visita) e iban acompañados del sereno a las casas que debían visitar. Antes de llamar a la puerta, desde el "mimbral" un compinche de los pajes le entregaban el regalo al rey. Tocaban a la puerta y aguardaban a que los padres saliesen con los pequeños, envueltos en mantas, al balcón. Entonces Melchor, Gaspar o Baltasar, -según quien fuera el rey del niño-, se encaramaba en el caballo y le extendía el presente a cada niño. Los pequeños, con los ojos legañosos, no salían de su asombro al contemplar -en medio de la noche- tan extrañas figuraciones.

Ese día, los niños antes de irse a dormir ponían en los balcones una cubeta de agua para los camellos y unas mazorcas de maíz, que aparecían mermadas al día siguiente por la voracidad de los caballos venidos del lejano Oriente. Junto a ello, no podían faltar las alpargaticas por si caía algún dulce o caramelico, turrón de tosas, peladillas... Dulzuras, muchas de ellas, que vendía durante todo el año la tía Marieta con su cesta al brazo.

Los regalos eran bien escasos y sencillos (“cosicas pequeñas”): muñecas de cartón o tela, alguna talla de madera, alguna cuna, una pelota de tela, un parchís, cajas de colores, morteritos de dulce… “todo mu pobretico”.

Al día siguiente iban todos a Misa mayor, se besaba al Niño-Dios y se salía al paseo para enseñarse sus juguetes. Eso quien tenía suerte, porque por aquel entonces, eso de tener reyes no dependía de ser bueno (que también) por que había quien, habiendo sido todo el año un bendito, más bueno que el pan, no recibía mas que un par de nueces y tres castañas o una mandarina. Y gracias.

Pero aquella extraña visitación no concluía con la aparición de los tres personajes regios sino que se extendía a los días posteriores; porque –en muchos casos-, a penas contada una semana, los juguetes desaparecían como por arte de magia para no volver a aparecer hasta la noche de reyes del año siguiente. Más rápido aún se esfumaban si el comportamiento no era el debido, de modo que si se quería disfrutar por algún tiempo de los regalos había que ser obediente y servicial.

Ese año de 1941 comenzó la tradición de la cabalgata. Los primeros años fueron reyes Manuel de Vitorino, Antón de la Rulla, Jesús y Elías… con los machos y caballos que les dejaban para la ocasión. Andando el tiempo se cambió la hora de la entrega de juguetes por los fríos de la noche.

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