De pordioseros y mendicantes

Los andariegos mendigos visitaban periódicamente Gaibiel. Por los caminos se decían unos a otros en qué casas se ejercía la caridad, aquellas en las que tendrían, al menos, un mendrugo asegurado. La calidad de las fachadas, puertas y balcones informaba a los mendigos de los posibles que aquella casa ofrecía y solían orientarse por ellas.

Recorrían las calles “pordioseando”. El origen de la palabra proviene de los mendigos y pedigüeños que pedían limosna invocando a Dios, con fórmulas: «una limosna, por Dios» o «déme algo, por Dios». Pordiosero salió de ese “por Dios”, al que se añadió el sufijo -ero, propio de los nombres de profesión (panadero, zapatero, torero…), porque tales mendigos eran «profesionales» del limosneo.
Entre las diversas tipología de Pordioseros tenemos al pobre, el mendigo, el pedigüeño, el mendicante, el desvalido, el necesitado, el mísero… De entre ellos los que mas fortuna tenían eran aquellos que exibían su mal: los ciegos, los tullidos, los enfermos… Sus ropas sucias, viejas y ajadas… movían a mayor compasión a las mujeres. Poco había en las casas gaibielanas pero, pese a ello, casi siempre recibían algo. Que el pobre siempre es solidario con el pobre.

Desde que entraban al pueblo, se escuchaba un ininterrumpido sonsonete lastimero… que se hacía más fuerte al apoyarse el pobre en el “mimbral” de la puerta, entre las cortinas, pidiendo una limosna por el amor de Dios, hasta que alguno de la casa salía a remediarle.

Mendigos los había de muchas clases unos muy misteriosos y sobrios, que tal vez llegaban ocultando un pasado político sin perder el orgullo, pero a otros se les veía ya muy llagados y harapientos. Se les reconocía por la voz lastimera y temblorosa o por la fórmula barroca que empleaban para mover el corazón. Algunos recitaban versos populares de santos y milagros, otros inventaban historias sobre su desgracia, otros simplemente en su desvarío soplaban a las nubes. Para agradecer la limosna o asegurarsela algunos daban estampas de santos o unos pliegos con romances sacros. Alguna vecina de Gaibiel conserva -aún hoy, añoso y envejecido- uno de aquellos pliegos con romances hagiográficos de la vida de santos, como el popular “Romance de San Antonio” que dice así:

Divino Antonio precioso
Suplicad a Dios inmenso
Que con su Divina Gracia
Alumbre mi entendimiento

Para que mi lengua
Refiera el milagro
Que obró San Antonio
A los ocho años.

Este niño fue criado
Con mucho temor de Dios
De sus padres estimado
Y del mundo admiración.

Fue caritativo
Y perseguidor
De todo enemigo
Con mucho rigor.

Su padre era un caballero
Hombre cristiano y prudente
Que mantenía su casa
Con el sudor de su frente.

Y tenía un huerto
Donde recogía
Cosechas y frutos
Que el tiempo traía.

Por la mañana un domingo
Como siempre acostumbraba
Se marchó su padre a Misa
Cosa que nunca olvidaba.

Y le dijo así
Ven acá hijo amado
Mira que te tengo
Que dar un encargo.

Mientras que yo estoy en Misa
Gran cuidado has de tener
Mira que los pajaritos
Todo lo echan a perder.

Entran en el huerto
Pican el sembrado
Por eso te encargo
Que tengas cuidado.

Cuando se ausentó su padre
Y a la Iglesia se marchó
Antonio quedó cuidando
Como su padre mandó.

Salir pajaritos
Salir del sembrado
Que ha dicho mi padre
Que tenga cuidado.

Y para que cumplir pueda
Con toda mi obligación
Voy a encerraros a todos
Dentro de una habitación.

Y a los pajaritos
Venir les mandaba
Y ellos muy humildes
En el cuarto entraban.

Entren águilas con orden
Cigüeñas, urracas, grajas
Colorines y abertoldos
Y entren también las garzas.

Entren gavilanes
Con las golondrinas
Palomas, jilgueros
Y las carcellnas.

Entre el cuco y el milano
Entre el tordo y el mochuelo
Entre el pájaro pintado
Y el pájaro carpintero.

Entren los gorriones
Entren las perdices
Y las avutardas
Y las codornices.

Cuando venía su padre
A todos mandó callar
Llegó su padre a la puerta
Y comenzó a preguntar.

¿Dime hijo amado
Que tal Antoñito
Te has portado bien
Con los pajaritos?.

El hijo le contestó
Padre no tengas cuidado
Que para que no hagan mal
Aquí les tengo encerrados.

El padre que vio
Milagro tan grande
Al señor Obispo
Trató de avisarle.

Ya viene el señor Obispo
Con grande acompañamiento
Todos quedaron confusos
Al ver tan grande portento.

Abrieron ventanas
Puertas a la par
Por ver si las aves
Querían volar.

Y les dice San Antonio
Señores nadie se agravie
Los pajaritos no salen
Hasta que yo no lo mande.

Se pone a la puerta
Y les dice así
Vamos pajaritos
Ya podéis salir.

Salgan águilas con orden
Cigüeñas, urracas, grajas
Colorines y abertoldos
Y salgan también las garzas.

Salgan gavilanes
Con las golondrinas
Palomas, jilgueros
Y las carecimos.

Salga el cuco y el milano
Salga el tordo y el mochuelo
Salga el pájaro pintado
Y el pájaro carpintero.

Salgan los gorriones
Salgan las perdices
Y las avutardas
Y las codornices.

Luego que fuera salieron
Todos juntitos se ponen
Esperando a San Antonio
Para ver lo que dispone.

Marchaos por las piedras
Por riscos y prados
No andéis por la siembra
Que hacéis mucho daño.

Cuando levantan el vuelo
Cantan con mucha alegría
Despidiéndose de Antonio
Y toda la compañía.

Y viendo el Obispo
Milagro tan grande
Por todas las partes
Mandó publicarle.

Árbol de grandiosidades
Fuente de la claridad
Deposito de bondades
Padre de inmensa bondad.

Antonio divino
Por tu intercesión
Todos merezcamos
La eterna mansión. AMEN.

Las amas de casa cruzaban parcas palabras con ellos. Si estaban ocupadas o andaban escasas de recursos gritaban desde el fondo de la casa: - ¡que Dios le remedie, hermano, otra vez será! O bien salían a la puerta y les entregaban un mendrugo en silencio, muchas veces por modestia sin mirarles siquiera a la cara.
Cuentan de un mendigo que se equivocó de puerta y pidió limosna en una casa donde vivía una mujer bromista.—Por caridad, señora, deme un poco de pan, que hace tres días que no he comido nada.—¿Que no ha comido nada en tres días, dice usted? Pero, hombre, ¿cómo hace esas cosas? Pues no juegue con el estómago, que eso es muy malo. Le contestó la mujer cerrándole la puerta.

Entre los Pordioseros hay que incluir a los limosneros de los conventos llevan siempre en boca el “Por-Dios” para obtener la limosna conventual. Grasa, huevos, aceite… Hasta Gaibiel solían venir, entre otras, las monjas del asilo. Iban a la escuela y la maestra solía mandar un par de niñas o tres para que les acompañasen. De cada casa recogían una taza de aceite o medio litro; unos huevos o patatas... En ocasiones aceptaban ropa, en buen uso.nada menospreciaban. Que un grano no hace granero, pero ayuda al molinero.

La figura del fraile limosnero era bien conocida en nuestro pueblo pudiéndose contemplar con periodicidad la figura del mendicante. Su silueta se recortaba sobre el horizonte de los caminos, o ruando, con su saco a cuestas o con el capazo en sus manos, teniendo como meta el convento. En la actualidad, ha desaparecido su figura dado que los cenobios han menguado en número sus ocupantes y con ello el volumen de sus necesidades más inmediatas.

Solían ser hermanos legos, un donado o hermanuco, era nombrado así el que pertenecía a la orden religiosa en calidad de sirviente, pero que no había profesado. Se admitían en la comunidad religiosa y podían participar de ciertos beneficios; también podían ejercer el cargo aquellos seglares que, por razones personales, habían decidido retirarse a un monasterio. Raramente el limosnero era un religioso ungido y ordenado. Solían salir muy temprano del convento dispuestos a recorrer un buen puñado de kilómetros. Su destino primero eran las casitas desperdigadas por el ancho campo de las tierras de secano y la huerta, las aldeas y poblados. La contribución era voluntaria por lo que, en la mayoría de los casos, el postulante se limitaba a recibir, sin tener necesidad pedir.

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